Un fracaso de país

Antonio Pérez Henares
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España está abocada a la destrucción de sus fundamentos de cohesión y de convivencia en todos los niveles, tanto político, social o incluso como pueblo

La vicepresidenta, Carmen Calvo, durante la reunión que mantuvo con la portavoz de Bildu esta semana en el Congreso.

La realidad es una por más que insensatamente desde lo más alto hasta los de a pie se nieguen a escucharla, a verla y, aún menos, a decirla. España está otra vez sometida al huracán de la pandemia, infectada, a un paso de tenerse que paralizar en todo o en parte, sin rumbo ni guía fiable, con trileros al timón y asomada ya al abismo del paro y la quiebra económica más brutal de Europa.

Esa es la situación, pero resulta que ni siquiera eso es lo peor. Lo peor es que lo que asoma y va mucho mas allá de lo coyuntural, por terrible que sea, de los dirigentes, de las instituciones, de los diferentes poderes y llega al hueso, a sus fundamentos de cohesión y convivencia de toda la sociedad. Estamos ante un fracaso colectivo no ya solo del Gobierno, que es el primer responsable, sino también del sistema autonómico y de casi todos sus dirigentes, de unos medios de comunicación que han incumplido su deber con la verdad y la información y se han mutado en muchos casos en cómplices del ocultamiento y la desinformación y, esto es lo mas trágico, de una sociedad inerte, abducida y sectarizada que ante la adversidad no da la talla sino que se desliza hacia actitudes cada vez más irresponsables. Lo que tenemos ya en la puerta, dando fuertes golpes que nos negamos a oír, es nuestro fracaso común, como nación y como pueblo.

La COVID lo ha destapado y propiciado, pero las semillas llevaban largo tiempo germinando bajo tierra y ese ha sido el agua y abono para su eclosión. Las diferentes metástasis cancerígenas se habían ido apoderando de todos los espacios del cuerpo hasta invadirlo en su práctica totalidad.

El separatismo, el nacionalismo y hasta el regionalismo de taifas han destrozado la idea y sentimiento de comunidad, desde la lengua común al agua común, desde la Historia hasta la geografía, hasta arramblar con la percepción de un territorio, de una patria común, como dice la Constitución de ciudadanos soberanos sobre toda ella, iguales en derechos y deberes.

El olvido cobarde y repulsivo sobre lo que el terror asesino causó hasta llegar a una situación en que los asesinos y sus cómplices son agasajados, honrados y convertidos en invitados preferentes mientras a las víctimas se las desprecia, oculta y han de vivir ofendidas de continuo por sus verdugos.

El carcinoma no ha dejado de afectar tampoco a los poderes contrapeso del poder, en particular el judicial, donde se alcanzan ya, con el mayor descaro, las más altas cuotas de sumisión al poder político y se le retuerce a conveniencia de sus dictados. Los partidos políticos han dejado de ser cauces de representación popular sino instrumentos al servicio del poder, solo por el poder y para el poder. 

La patria real de los políticos es su partido y su interés general el propio, tribal y particular. En estos momentos de tribulación es cuando, además, más se ha puesto de relieve la total desnudez de generosidad, dignidad, veracidad y servicio a la nación.

Nada ha quedado sin afectar y aunque cuando se habla de corrupción, solo pensamos en dinero y robo, que desde luego y también, esta tiene más senderos, menos visibles pero igualmente fétidos y se extiende como una inmensa mancha de clientelismo, favores, colocados, privilegios por todas partes y es ávidamente utilizada y deglutida a dos carrillos por quienes venían de nuevos y de puros.

Capítulo aparte, y mazazo en el imaginario colectivo de todo el relato de la Transición, ha sido la caída de don Juan Carlos hacia los pozos del desprestigio por cienos y deméritos propios dilapidando un inmenso y verdadero tesoro que antes acumuló. Su hijo, el Rey Felipe, está sufriendo sin culpa alguna y a pesar de su rector y ejemplar proceder el ataque y acoso de unos y la vergonzosa exclusión de lo que por derecho constitucional le corresponde y que quienes debieran defenderlo son quienes lo ejecutan como se vio hace unos días apartándolo del acto en Barcelona del Poder Judicial. La razón: haber defendido a España, su ser y su Ley, cuando los golpistas catalanes la intentaron demoler y a los que ahora se quiere contentar con indultos, arrumacos y postrándose a sus pies y ofendiendo al Jefe del Estado.

Un elemento que fue previo y ahora ya es final. La resurrección por miserable interés electoral de lo que se creyó ya para siempre enterrado: el odio político por motivos ya más que ideológicos de vísceras, rencores y venganzas de algo ya sucedido en un pasado y que apenas nadie de los vivos actuales llegó siquiera a sufrir pero que ahora se utiliza como comodín de confrontación y de tensión que solidifique la percepción de que el otro es un enemigo a exterminar y un ser despreciable que aborrecer. Ya nunca un compatriota al que une mucho más de lo que separa.

Todo esto y lo señalado ya de inicio nos ha traído hasta aquí y que ahora empieza a reventar las pústulas acelerado por el desastre de la pandemia, toda la mentira, la ocultación de la muerte y el dolor y aún más peor, que ello haya sido asumido como «normal» por una buena parte de la sociedad. En ella han acabado por desaguar todas las letrinas y ahora el problema ya está ahí: en la gente, en el pueblo, en toda esa sociedad. Y al observarla y verla no quererse mirar a sí misma, sino que a imagen y semejanza de quienes la dirigen, buscando tan solo a quien echarle la culpa y suponiendo infantilmente que esto «alguien» vendrá y lo arreglará y no sintiéndose en absoluto concernida a hacer algo por sí misma, es cuando la esperanza se debilita aún más.

 

Enemigos

Porque acabo por donde empecé y lo reitero como conclusión. Estamos ya más allá de un fracaso de Gobierno, de oposición, de dirigentes de todo rango, de poderes y de contrapoderes. Estamos acercándonos a un fracaso colectivo, de todos, como sociedad, como pueblo, como país, como nación. Y los enemigos de todo ello son los que alborozadamente lo están ya empezando a celebrar.