Desde San Andrés, con Amor

J. Monroy
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Las Siete Palabras lleva a esta procesión procedente del barrio de Buenavista por diversos conventos del Casco, en un recorrido que atraviesa los Cobertizos en una complicada maniobra, donde hay que poner de lateral a la figura yaciente

El Amor, desde San Andrés - Foto: VÁ­ctor Ballesteros

Las obras en Santa Isabel obligaron este Martes Santo al Cristo del Amor y a su toledana cofradía a salir ‘de prestado’ desde su vecina parroquia de San Andrés, emulando al de la Esperanza de la víspera. Eso facilitó que una enorme cantidad de público pudiera juntarse en la salida de la puerta trasera del templo, junto al Seminario, en una oportunidad mucho más fácil de acercarse a Cristo yacente.

El traslado hizo que este año la procesión fuera ligeramente más larga, por lo que salió media hora antes, para compensar y ser puntual con sus citas habituales. Primero salieron de la parroquia prestada los más jóvenes, niños y adolescentes de una joven Cofradía, que portaban en sus manos las espinas y los clavos de un Señor ya fallecido.  Con un redoble de tambor salía el Cristo del Amor, un crucificado muerto de tamaño natural portado a hombros de sus cofrades. Lo hacía a hombros de sus cofrades, y con un una inclinación algo superior a lo habitual, para cruzar la puerta de herradura.

Comenzaba allí un viaje en el que los fieles recrearon el acostumbrado Sermón de las Siete Palabras delante de seis conventos y el Palacio Arzobispal. Un viaje en el que los acompañaron sus penitentes vestidos con hábito gris con capuz y escapulario negro, con faroles.

La plaza repleta era un espacio de respeto y silencio, solo roto por algunos gritos juveniles lejanos. El hábito oscuro de los penitentes y la propia talla no ayudaban a que se viera demasiado bien en la poco iluminada plaza de San Andrés, pero eso no fue impedimento para sus fieles.

Siete palabras. El toledano Cristo del Amor nació en Morón de la Frontera (Sevilla) en 2007 de la mano del escultor Manuel Martín Nieto en madera de cedro, policromada siguiendo los pasos de estuco y capas de óleos tradicionales en la imaginería sevillana, su rostro tiene expresiones muy serenas. La inclinación de la cabeza evidencia que el Señor ya está muerto, lo que se confirma, además, por la manera que pende, muy colgante, del madero. El Cristo muestra la característica de tener los pies clavados con un clavo diferente en cada uno y no porta ya la corona de espinas, lo que consigue no ocultar ni restar importancia a la belleza de las facciones del rostro.

En la puerta trasera de San Andrés, primera palabra: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Acto seguido, las voces del coro de los alumnos del Seminario Mayor deleitaron a los presentes con el cántico Miserere Mei desde la puerta de su centro. Es esta una procesión de contrastes, de silencio y de música, por ejemplo. Además de los siete tambores que acompañan el paso, este año hubo también un timbal. Lectura del Evangelio y tras toque de campana, se inicia la marcha.

Una marcha que lo llevó por el centro del Casco hasta llegar a los Cobertizos, que recorrió con el Cristo tumbado en oblicuo. Ida y vuelta por el serpenteante camino de Santa Úrsula, Valdecaleros y Santo Domingo el Antiguo, y luego por la acusada pendiente de Nuncio Viejo. Son pocos los pasos de la Semana Santa toledana que pueden atravesar el cobertizo de Santo Domingo el Real, sobre todo si son de tamaño natural. El Cristo del Amor lo consigue al poder ser portado en diagonal por parte de los cofrades sobre sus hombros. Y son pocos también los testigos que pueden acercarse a tan espectacular momento. Eso sí, allí, lo agasajaron con una saeta.

El Cristo del Amor esperó unos minutos en la plaza de San Vicente donde, en esta ocasión, sí se produjo encuentro con el Cristo de los Ángeles, omitido el pasado año, antes de retornar al punto de salida. El Miércoles Santo, un día después de la procesión, volvió el Cristo del Amor a su sede canónica, que está en la iglesia de San Juan de la Cruz, en el barrio de Buenavista.