Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Campeonas

04/03/2021

El 8 de marzo es sagrado. Pero esta vez ha de ser distinto. Es una irresponsabilidad utilizar a las mujeres como objetos de propaganda para vender la necesidad imprescindible de echarse a la calle. Ahora no toca.  La lucha de las mujeres es diaria, constante, imprescindible, máxime tras conocer los dolorosos datos del paro, que señalan que nosotras seguimos siendo las más castigadas. Nada ha de pararnos para salvar esos obstáculos que vamos escalando en una carrera dura, pero  imparable. Y de todas, sin ideologías, sin sectarismos. Eso no cabe en el feminismo, que siempre ha sido sinónimo de tolerancia e igualdad.
En estos días previos a la celebración, se reconoce a mujeres sobresalientes en distintas disciplinas y ámbitos de poder, que han logrado llegar a lo más alto recorriendo un camino en el que los hombres lo siguen teniendo más fácil. Mi reconocimiento a todas ellas por su capacidad. Pero yo, en este 8 de marzo, quiero acordarme de la generación que nos precedió, de aquellas amas de casa, de profesión sus labores, que se han convertido en protagonistas silenciosas de la historia del feminismo, con una labor callada, pero tenaz, firme e indispensable. Esas madres, muchas de ellas sin estudios primarios, se empeñaron en que sus hijas tuvieran las mismas oportunidades que sus hermanos varones, en que fueran a la Universidad, tal vez con la ilusión de que desplegaran ese talento que como amas de casa solo pudieron lucir en la paz del hogar. Que no es poco.
Mujeres muy apegadas a sus esposos, excesivamente según nuestra actual visión, y que hacían filigranas para mantener a la familia con la exigua economía familiar, mientras eran las responsables casi exclusivas de la educación y la salud de los niños, a quienes transmitían unos valores que calaron hondo en sus inquietas cabezas. Esas madres orgullosas, esa generación de frágiles mujeres de hierro ha sufrido con desgarradora crueldad la pandemia del coronavirus. Muchas han muerto en soledad. Otras pasan los últimos días de su vida intentando no olvidar sus raíces, vigorosas, con el único anhelo de recobrar el contacto con sus seres queridos. A estas mujeres que nos dieron la vida y las oportunidades, que lavaban a mano, que se sorprendieron con la tele, descubrieron la magia del cine, se empeñaron en descubrir un mundo que les impedía crecer y que empujaron a sus hijas a ser independientes de los hombres, a creer en ellas mismas y a no rendirse, les dedico este 8 de marzo. La generación de mujeres de la posguerra, del último franquismo, constituye el germen del avance de sus hijas y nietas, de que el mundo haya cambiado no solo a golpe de imprescindible reivindicación, sino a través del cariño y la constancia. Ellas han sido las heroínas, las campeonas en este último año. Un aplauso emocionado para nuestras madres, para las que se quedaron en el camino y para las que siguen desafiando a la adversidad. Nunca tuvieron un premio, un reconocimiento, una medalla, pero brillaron con una luz que nunca se apagará.