No disparen al pianista: La senda ecológica de la Vega Baja

Jorge Morín, arqueólogo
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Este proyecto pretende ser una primera piedra para la recuperación y la conservación de la Vega Baja y la Peraleda. Resulta significativo que un proyecto conservacionista sea interpretado por algunos sectores de la ciudadanía como una amenaza

No disparen al pianista: La senda ecológica de la Vega Baja - Foto: Yolanda Lancha

El proyecto arquitectónico de la Senda de la Vega Baja, redactado por los ARQUITECTOS, y lo escribo intencionadamente con mayúsculas, José Ramón González de la Cal, Josefa Blanco Paz, Javier Bernalte Patón y María Dolores Sánchez Moya, junto con el recientemente fallecido Ignacio Álvarez Ahedo, arquitecto municipal, y con la ayuda de la Real Fundación de Toledo, pretende ser una primera piedra para la recuperación y la conservación de la Vega Baja y la Peraleda de Toledo, un excepcional paisaje periurbano amenazado por la actual gestión municipal (que parece virar a la cordura ligeramente en estos meses) y por la inacción de la Junta de Comunidades.

Este espacio singular va siendo reducido año a año por la construcción de bloques de vivienda; infraestructuras ligadas al uso del automóvil, etc. No nos extenderemos en estas líneas, ya que ha sido objeto de un análisis por Icomos recientemente. La senda no recibe ninguna crítica en este informe y se detalla como una iniciativa que puede favorecer un cambio de ciclo, de la destrucción a la conservación.

Resulta significativo que un proyecto claramente conservacionista sea interpretado por algunos sectores de la ciudadanía como una amenaza y suscite críticas mayores que la construcción del aparcamiento o nuevos bloques de vivienda, algo incomprensible, pero que debe interpretarse como cierta «radicalización» de algunas asociaciones: se pasa del Todo a la Nada. El último de los ataques, de una larga lista, es la fábula post-rural de J. J. Fernández en ABC el 18 de julio de 2020.

Su autor, en un largo y tedioso ‘flash back’, como su título, pone en boca de varios rústicos del entorno de la urbe regia -Totanés, Ajofrín…- una serie de falsas afirmaciones, fácilmente rebatibles.

Pero quizás lo más grave del texto es la incapacidad del firmante de sumar o medir, algo de lo que hace gala afirmando que es ‘de Letras’. Al autor y sus rústicos les preocupan los 421.131,10 euros que costó la senda, pero no los millones de euros dilapidados en ese espacio a lo largo de una decena de años. Ese dinero público vaporizado no es objeto de su denuncia. Más grave aún es que la línea de una senda -reversible- le impida conciliar el sueño, pero las hectáreas de yacimiento arqueológico de la Vega Baja espoliadas no parezcan molestarle. Miles de metros cuadrados de restos a la intemperie desde hace años, degradándose, pulverizándose, meteorizándose… Memorias sin entregar, es decir, sin generar conocimiento. Los materiales en manos de privados, sin engrosar los fondos del Museo de Santa Cruz…

La Arqueología es una disciplina que se construye desde la crítica, no desde la tradición oral de los rústicos del Sr. Fernández. Si nos produce tristeza la lectura del texto citado, no merece la pena ni mencionar el linchamiento público en las redes sociales de sus seguidores, jaleando, insultando, amenazando… Algo habitual cuando se escribe desde la inmediatez, la instantaneidad y -lo que es más grave- la ignorancia. Aprendices de María Ibraimovic adoptan un tono a lo Corleone amenazando a los ARQUITECTOS de la senda, obviando que uno de los cinco, ya no está aquí entre nosotros, los vivos.

Más sorprendentes y tristes aún son los recurrentes ataques de parte de los arqueólogos toledanos al proyecto. De hecho, en cada rústico de J. J. F. es fácil reconocer la verborrea habitual que envuelve la profesión en la ciudad del Tajo. En nuestra opinión, esta supuesta actitud conservacionista a ultranza de nuestros colegas está claramente motivada por una visión mercantilista, que poco tiene que ver con la conservación de la Vega Baja. Se huele a negocio en la Vega Baja y hay que hacer caja de nuevo: en este escenario neoliberal todos buscan estar bien posicionados para volver a «excavar» en la Vega Baja. La senda se ha convertido en un proyecto incomodo, porque lo que busca es precisamente que no se realice ninguna intervención más, la conservación de lo que tenemos. Da igual, para mis queridos colegas el pianista es ya un objetivo y le disparan sin parar. Buscan además contentar al Ayuntamiento, cuya política hasta el momento es la responsable de la situación que vivimos, bien porque trabajan directamente para el municipio o para el Consorcio.

En este sentido, resulta paradójico y muy significativo que los mayores destructores del yacimiento hayan sido estos ‘sheriff’ de la arqueología. La estrella no les ha servido para garantizar su conservación. Hace unos meses, el presidente de Fedeto describió la Vega Baja como «cuatro zanjas y dos monedas». Desgraciadamente, ese pensamiento, que no es minoritario en Toledo y que debe ser cuestionado, ha sido provocado por la incapacidad de mis colegas de generar conocimiento y trasmitir a la ciudadanía la importancia de ese espacio. Se suma además la sensación del despilfarro de millones de euros para nada.

En plena vorágine de la burbuja inmobiliaria los especuladores pusieron su objetivo en la Vega Baja, un paisaje periurbano (que no suburbial) con importantes restos desde la Prehistoria Antigua a época contemporánea: no sólo de visigodos vive el hombre. Se hicieron campañas de sondeos y desbroces que confirmaron lo que todos ya sabíamos, que estábamos en un espacio cercano a la ciudad y con importantes restos arqueológicos. Esta intervención debería haber bastado para detener lo que vino después. A los arqueólogos a los que les preocupan las moreras de la senda y ponen el grito en el cielo no pareció importarles mucho. Después vino el reparto del pastel, la excavación de las parcelas, y era tanto el espacio a repartir que se generó una fiebre del oro arqueológica. A los que ahora critican con dureza el daño que van a hacer «tres alcorques» al patrimonio arqueológico no les importó la destrucción de hectáreas.

Porque de todas esas intervenciones no se ha generado ni una sola Memoria Arqueológica, y lo que es peor, ni siquiera se han entregado la gran mayoría de los Informes finales y los materiales al Museo. Es decir, es igual que si se hubieran destruido esos espacios: en nuestra terminología se llama expolio. Ningún arqueólogo del siglo XXI va a poder revisar o interpretar esos miles de metros excavados (?) porque no se ha generado ninguna información. Solares vaciados para cumplir con los trámites administrativos, sin más, a coro repiten mis colegas -no me pagan para investigar-. La Junta, responsable de su gestión, continúa dando permisos y favoreciendo esta mecánica expoliadora o buscando soluciones absurdas (georradar). ¿No sería más fácil recoger y estudiar lo ya excavado, que no son unos metros cuadrados, sino hectáreas? Ni siquiera es capaz de saber la situación de todos esos expedientes. Es una excepción la parcela R3, cuya Memoria ha sido entregada y sus materiales depositados en el Museo de Santa Cruz. El espacio ha sido objeto de diferentes publicaciones, bajo la dirección de las Dras. Yolanda Peña y Virginia García Entero, lo que permite a otros investigadores usar esos datos y avanzar en el conocimiento.

Lo que vino después lo conocemos todos. Paralización, bajo amenaza de quitar las competencias a la Junta. La declaración de B.I.C., una figura retórica que no garantiza ya la conservación de los Paisajes arqueológicos, un canto del cisne. De hecho, el espacio de la Vega Baja se ha seguido laminando en estos años con la cooperación de mis críticos colegas. El encargo a diferentes equipos universitarios de gestionar las excavaciones, que han seguido con la misma mecánica de no generación de Memorias, y con el agravante del empleo de millones de euros sin concretar textos científicos y sus posteriores mecanismos de difusión a la ciudadanía. Un fracaso, que se lee en la frase de «cuatro zanjas y dos monedas». El nulo espíritu crítico del mundo universitario nos responderá que se han hecho Congresos, Exposiciones… lo cierto es que en la Vega Baja no hay nada que ver o visitar, ni siquiera se ha garantizado la conservación de los restos inmuebles excavados que ahí siguen a la intemperie. La Vega Baja es un espacio que se desbroza año tras año…para los rústicos del escritor, lo que viene a ser un descampado.

Más graves aún son las voces entre mis colegas que pretenden la génesis de un Parque Arqueológico -¿Otro más?-, al que acudirán, per se, miles de turistas que van a dejar millones de euros en la ciudad. Un mínimo sentido crítico del flujo turístico de Toledo conoce que los turistas concentran su visita en el casco y la catedral. Espacios exteriores excepcionales, como el Hospital de Tavera, apenas se visitan. El supuesto parque arqueológico tendría que competir con espacios como Puy du Fou… un fracaso anunciado. Todo esto antes de la epidemia del CoVid… ¿y ahora qué? ¿millones de turistas van a visitar la Vega Baja para contemplar ese desbroce continuo? Porque poco más ofrece hoy en día.

El paso del tiempo diluyó la amenaza del Estado de retirar las competencias y la Vega Baja ha sido recortada con la construcción de bloques de viviendas; de infraestructuras innecesarias, como el aparcamiento, o necesarias, como el Cuartel de la Guardia Civil, que debería ocupar evidentemente otro espacio. Las voces de mis colegas mudas y haciendo caja..., pero, ¡ay de las moreras! ¡Qué dañinas son las moreras!

Desde el punto de vista arqueológico, es obvio que la Vega Baja necesita de un análisis riguroso que permita su compresión, y lo que es más importante, la transmisión de ello a los ciudadanos de Toledo, para que entiendan y apoyen su conservación futura. Que lo sientan como un espacio propio y necesario. Este análisis no lo pueden realizar los actores que han fracasado desde el año 2005, que han sido incapaces en 15 años de generar ese conocimiento. La Real Fundación de Toledo, bajo la dirección de Jesús Carrobles y yo mismo, realizó un estudio riguroso de otro espacio, el cigarralero, también gravemente amenazado y que invito a recorrer al Sr. Escritor y sus rústicos. El proyecto “Paisajes Culturales de Toledo: los Cigarrales” cuenta con una monografía de síntesis, las Memorias publicadas, estudios específicos de paisajes como los andalusíes, de la Guerra Civil, casi un centenar de artículos... Y, sin embargo, los actores encargados de la protección de esos Paisajes, Ayuntamiento y Junta, han obviado su conocimiento. En mi opinión, la construcción del Puy du Fou es un claro ejemplo… tampoco escuché a mis queridos colegas elevar la voz por ello. Es clara la necesidad de acciones urbanas que permitan la conservación de estos espacios. La senda es una de estas acciones.

La senda ecológica, que es una acción mínima que busca conservar íntegro el paisaje de la Vega Baja y recuperarlo para el peatón: Facilita el acceso al barrio de Santa Teresa y de la Fábrica y se basa en un itinerario histórico, la senda de Sabatini. Su construcción elevada sobre los restos arqueológicos y su reversibilidad es una garantía de preservación. El daño que puedan hacer las bioturbaciones de las moreras es nulo e insignificante, y ridículo si lo comparamos con la construcción de bloques de viviendas, del aparcamiento, de la urbanización de la Peraleda… En Europa contamos con miles de ejemplos donde los restos arqueológicos son parques, con miles de árboles que son una garantía de conservación futura de los bienes arqueológicos y son un pulmón verde en las ciudades. La Vega Baja debe recuperar esa función periurbana, poco urbanizada y ser un espacio verde transitable. La senda es una primera piedra en esa dirección.

Señores arqueólogos: «no disparen al pianista», dejen sus pistolas y cojan la pluma. A D. Juan José Fernández Delgado y sus rústicos, cuando de nuevo recorra la Vega Baja, sintiendo el sol abrasador y el calor silente del viento en julio, póngase a la sombra de las moreras -Morus alba-, porque fuera de ellas sólo queda un paisaje desolado, destruido e incomprensible. Ese refugio, ese alivio, esa sombra generadora de vida, se lo debe a cinco, CINCO, ARQUITECTOS, con MAYÚSCULAS.