¿Los restos de Diego Colón en La Puebla de Montalbán?

A. de Mingo / Toledo
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El hallazgo de una cripta con un ataúd durante unas obras en la iglesia parroquial en 1959 llevó al periodista Luis Moreno Nieto a recordar que el hijo de Cristóbal Colón murió enfermo en esta villa en 1526. La polémica llegó pronto a Madrid

Representación en La Rábida (Huelva) de Diego Colón, segundo almirante de Castilla e hijo del descubridor de América.

«Cuando el albañil Jesús Lozana Morón clavó la piqueta en la escalera que conduce al camarín del Cristo de la Cruz a Cuestas, en el templo parroquial de Puebla de Montalbán, una villa toledana con mucha historia encima, estuvo a punto de caer en una cámara de regulares dimensiones cuya existencia se desconocía hasta la fecha. Había descubierto una cripta funeraria que no tenía más que un cadáver, oculto bajo la doble envoltura de una chapa de cinc y de una caja de madera». 

Con estas palabras del periodista Luis Moreno Nieto comenzaba, en las páginas de El Alcázar, la polémica arqueológica del año 1959: desvelar el origen de unos restos que se presumieron pertenecientes nada menos que al almirante Diego Colón, hijo primogénito del descubridor de América.

El hallazgo provocó, en primer lugar, el interés de las autoridades de La Puebla, comenzando por el párroco, Bernardo Sánchez Hernando, y por el alcalde, Julián Martín-Aragón, médico de profesión, quien no dudó en bajar a la cripta e informar acerca de los restos humanos que el féretro contenía. Estos se encontraban pulverizados y removidos, a excepción de un fémur y una calavera. «Entre las ropas negruzcas y los trozos de terciopelo oscuro -añadía Moreno Nieto en su crónica- se veía un pequeño espadín y un trozo de fajín con una borla de largos flecos».

Junto al camarín del Cristo, una lápida de 1754 con dos corazones entrelazados recogía el siguiente epitafio: «Dilexerunt se in vita sua et in morte non sunt separati», que el periodista acompañó de la traducci: «Se amaron en la vida y no se separaron en la muerte». Moreno Nieto, cuyo texto acompañaba en El Alcázar una fotografía de los restos, incluido un espadín de vestir perteneciente sin ninguna duda al siglo XVIII, no dudó en atribuir la identidad del personaje a Diego Colón, que efectivamente había fallecido en La Puebla de Montalbán el 23 de febrero de 1526, cuando viajaba, enfermo, desde Toledo a Sevilla para asistir a la boda del emperador Carlos I con Isabel de Portugal. El informador aventuró también que pudiera tratarse del cardenal Pedro Pacheco, hijo de los señores Alonso Téllez Girón y Marina de Guevara, por mucho que la pequeña espada no pareciera propia de la indumentaria fúnebre de un religioso y no hubiera restos de vestimentas litúrgicas de ningún tipo.

Las primeras pesquisas pasaron a la capital provincial, donde varios miembros de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas opinaron sobre el hallazgo. El comandante José Relanzón, buen conocedor de la espadería histórica, corroboró la hipótesis del XVIII manifestando «que se trata, efectivamente, de algún militar o incluso de algún personaje civil de destacada jerarquía de dicho siglo». Su opinión coincidió con la del gran especialista en el Toledo de aquel momento, Fernando Jiménez de Gregorio. Casto María del Rivero, archivero de la Real Casa y exdirector del Museo Arqueológico Nacional, ya muy anciano -fallecería en La Puebla de Montalbán apenas dos años después-, reconocía sentirse sorprendido por el hallazgo, sin conocer a quién podrían corresponder aquellos restos. Moreno Nieto, mientras tanto, contribuía a caldear el ambiente manteniendo en varios titulares que podrían ser los de Diego Colón.

La polémica no tardó en llegar a Madrid, donde el director general de Archivos y Bibliotecas ordenó formar una comisión para aclarar el asunto. La encabezó Manuel Ballesteros Gaibrois, catedrático de Historia de América de la Universidad de Madrid. También pertenecían a la misma Augusto Fernández-Avilés y Álvarez-Osorio, del cuerpo facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos; Mercedes Mendoza Aguarás, de Toledo, y Ramón Ezquerra Abadía, catedrático del Instituto Cervantes.

Al final, la duda se despejó de la manera más lógica: consultando los libros de entierros y defunciones a partir de la inscripción de 1754. Efectivamente, en esta documentación constaba quiénes habían sido enterrados en aquella cripta «tras amarse en vida y no ser separados en la muerte», según indicaba el epitafio. Fue el 9 de enero de 1754 cuando habían sido celebradas en el interior del templo las exequias por «doña Josefa Antonia de Toledo y Portugal, Pacheco y Velasco, viuda del excelentísimo señor don Manuel Gaspar Alonso Téllez Girón Pacheco, Gómez de Sandoval, Mendoza, Aragón, Toledo y Velasco, duques [que] fueron de Uzeda [sic]». El aristócrata, propietario del espadín y quinto de su título -también era marqués de Belmonte y Menasalbas-, había fallecido veintidós años atrás, siendo confirmada la ubicación de sus restos cerca del camarín de la iglesia por el historiador y académico Dalmiro de la Válgoma.

El soufflé se deshizo tan rápidamente como había comenzado, siendo rematado por las conclusiones de Manuel Ballesteros Gaibrois en el diario ABC. En él lamentaba la «desorientación» provocada por una suposición que llevó a «los corresponsales de prensa a lanzar las campanas al vuelo». Y es que era del todo imposible que los restos humanos pertenecieran a Diego Colón, ya que su cuerpo había sido trasladado a la cartuja de las Cuevas, en Sevilla, en 1526, desde donde viajaría, con el de su padre, a la isla de Santo Domingo. El traslado de vuelta a España de los mismos, cuatro siglos después, traería consigo una polémica historiográfica -¿regresaron realmente desde allí  los restos mortales de Colón hasta la Catedral de Sevilla?- que aún permanece viva.

«Aprovechemos la ocasión -concluía el experto en Historia americana- para hacer la reflexión de cuán conveniente sería que, en lo futuro, los entusiastas exhumadores de hallazgos consultaran ‘a priori’ y no ‘a posteriori’, pues no solo se evitarían muchas confusiones, lanzadas al haz de la nación, sino que se evitarían irrespetos y destrozos materiales».