El Juli y Lorenzo en el día grande de Toledo

Dominguín
-

Los dos triunfadores cortan tres orejas a un encierro de Alcurrucén dispar y variado. Destellos de Morante con el capote y de Manzanares con la muleta. Tres cuartos de entrada

El Juli y Lorenzo en el día grande de Toledo - Foto: Joaquín Romera

Con puntualidad inglesa comenzó la corrida monstruo del Corpus Christi toledano. Gran ambiente en los aledaños de la plaza, con aficionados ante las taquillas y problemas en los accesos por los vomitorios de los tendidos. Algo más de tres cuartas partes del aforo del coso de Mendigorría, algo más de 6.000 personas, se cubrieron en un tarde agradable y refrescada con ligeras brisas de viento. El runrún se palpaba en los tendidos: los espectadores querían, por encima de todo, fiesta.

Abrió su capa el de La Puebla del Río con enjundia y empaque, rebosándose con las verónicas al viento y rematando con una media cual cuartel de toros. La faena con la muleta tomó cauces optimistas. Quería agradar el sevillano con trazos de gusto y cadencia por ambos pitones. El viento descompuso ligeramente la estructura de la faena, teniendo que cambiar varias veces el lugar donde se llevaba a cabo. No acertó Morante con los aceros, lo que le privó del triunfo.

Al que hizo quinto no quiso ni verlo desde que salió de chiqueros. Era el toro más terciado del encierro, pero puso en serios problemas a Morante desde que cogió el percal. Hasta dos veces envió al astado al del castoreño para doblegar su fiereza. El espada salió con la muleta deseoso de abreviar. Trazó tandas de tanteo pegado a las tablas como justa justificación para irse a por la tizona y finiquitar a su burel. El público, contrariado, lo abroncó. Tampoco fue Morante certero en la suerte suprema.

El Juli se mostró poderoso toda la tarde, fácil desde que se abrió de capa y levantando los olés del respetable, especialmente en el quite por chicuelinas que le hizo en el centro del anillo. Ya con la pañosa ayudó al animal a embestir en una faena con altibajos que tuvo algunos momentos lucidos por el pitón derecho. Corrió la mano diestra con temple y arrastrándola por la arena, levantando el júbilo en la grada. Acertó con la tizona y el palco le concedió la primera oreja del festejo. 

Al sexto salió ávido de triunfo. Era un astado que rondaba los 600 kilos y para el que no se dejó nada en el tintero. Entregado con la capa y con gusto con la muleta, pudo atemperar las embestidas del burel, lo que a simple vista no parecía sencillo. En las manos del madrileño aquellas acometidas se hicieron dóciles. El final de faena, de cara a la galería, y una estocada enterrada por completo le sirvió para obtener el doble trofeo por parte del usía.

Parecía que Manzanares tendría su tarde en Toledo. Comparecía con todo a favor, con el público cariñoso y entregado al alicantino. En su primer animal, meció la muleta con suavidad por ambos pitones, componiendo verdaderos carteles de toros, con empaque y mano baja, que hicieron atronar los tendidos toledanos. No dejó el acero de manera certera, quedando en una simple ovación lo que pudo ser un triunfo importante. 

Espoleado por las orejas de los compañeros, tomó al séptimo rodilla en tierra, con poderío y torería, rematando el saludo capotero con una media que levantó a la concurrencia de sus asientos. Todo hacía prever una faena memorable. Manzanares toreó al animal con suavidad y gusto, llevándole cosido a la pañosa y vaciando sus embestidas siempre por bajo. La suerte suprema fue la cruz del alicantino: la que tantas veces le ha abierto las puertas grandes, hoy se la cerró. En su segundo tampoco pudo tocar pelo.

El local Lorenzo sabía que se la jugaba en su plaza. Era el de hoy su séptimo paseíllo de la temporada europea y terminó, a la postre, suponiendo su primera puerta grande. Con el capote fue un primor: suavidad, armonía y empaque, meciendo sus muñecas al son del astado y escuchando cómo sus paisanos correspondían de manera efusiva. Sabedor de que tenía que arrear e ir a por todas, se puso de rodillas y citó al de Alcurrucén  sin enmendarse, que regaló media docena de embestidas emocionantes y acompasadas a las telas. La faena fue un torrente de temple, mano baja y poderío. La coronó Lorenzo con una estocada que le valió para cortar dos orejas de su primer animal.

Al que cerró plaza volvió a querer reventarlo. Y desde el comienzo se puso todo a su favor. Sabía que tenía que ser el triunfador de la tarde y no quiso dejarse ganar la pelea por los otros espadas. Al igual que en el cuarto, en el octavo se volvió a echar de rodillas y levantó el aplauso de sus vecinos. Incorporado de nuevo, se le vieron tandas sueltas por ambos pitones que evidenciaron el poder y la facilidad que tiene el toledano con el trapo rojo. De nuevo enterró el acero completo, aunque le costó rematar con el verdugillo. Aquella demora dejó el trasteo en una oreja, para marcharse con un total de tres.

Con la noche echada y aclamados por los asistentes, salieron en volandas del coso de Mendigorría El Juli y Lorenzo. Por su parte, Morante y Manzanares lo tuvieron que abandonar por su propio pie.