Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Campos de Brihuega

21/07/2021

Hace unos meses les hablaba del riquísimo patrimonio artístico de la Alcarria, invitándoles a que, como Cela, descubrieran sus pueblos y paisajes. Estos días he retornado a aquellas tierras para contemplar una de las visiones más espectaculares y hermosas que podemos tener durante julio en Castilla-La Mancha, la floración de la lavanda, especialmente impresionante en los alrededores de Brihuega.
Es algo realmente bello. Acudí por la tarde, antes de la puesta del sol, y de nuevo pude disfrutarlo por la mañana. Un océano de flores de lavanda o lavandín, que con sus diferentes intensidades, matizadas por el sol, se ofrecen a nuestros ojos como un tapiz violáceo y azulado festoneado de verde, en conjunción, a veces, con el dorado intenso de los trigales a punto de siega. Al atardecer, con el sol poniente, adquiere una vigorosa tonalidad. La brisa, casi viento, mientas paseaba por los carriles que separan las hiladas, hacia danzar las flores, que exhalaban su fragancia, envolviéndome con un olor exquisito, mientras el azul del cielo iba poco a poco pasando, con transiciones de oros, a un naranja que estallaba sobre las montañas antes de cubrirnos con un oscuro manto tachonado de estrellas. Todo un regalo para los sentidos.
Brihuega se ha convertido en la tierra de la lavanda, acogiendo la mayor extensión de aromáticas de España, y sus gentes han sabido transformar su cultivo no sólo en fuente de riqueza agrícola, sino en base de una diversificada industria que ofrece  todo tipo de productos, desde cosméticos a gastronómicos, que han asegurado un futuro prometedor al pueblo y su comarca. Pero no sólo. La floración de la lavanda es ya uno de los principales atractivos del pueblo, que ofrece, además, un extraordinario conjunto artístico formado por el castillo de la Piedra Bermeja, residencia medieval de los arzobispos de Toledo, quienes, señores de la población tras la Reconquista, la dotaron de fuero y ejercieron el mecenazgo artístico en ella; las iglesias de San Miguel, San Felipe -quizá la iglesia más hermosa de la villa-, y Santa María de la Peña; las murallas, la Real Cárcel de Carlos III o una de las muestras más interesantes de arquitectura industrial del siglo XVIII, la Real Fábrica de Paños, con los espléndidos jardines del XIX, desde los que tenemos una bellísima panorámica del valle del Tajuña. Las calles, engalanadas de morado en estos días, ofrecen un marco acogedor que nos invita a degustar la riqueza gastronómica de esta tierra de miel y de espliego, de cantuesos y romeros, tomillos y mejorana.
Brihuega es un auténtico ejemplo de cómo, en la España vaciada, el patrimonio natural y el histórico-artístico, bien cuidados y gestionados, son una oportunidad de riqueza, de prosperidad, de futuro. Ojalá cunda el ejemplo.
Y, si me permiten, un consejo. Visiten en estos días ese jardín de la Alcarria que es Brihuega y zambúllanse en la belleza indescriptible de sus campos de lavanda.