Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Piazza Navona

25/05/2022

De nuevo me encuentro en Roma. Un lugar que siento como mi casa. Civis romanus sum. La verdad, es que, en cierta medida, todos lo somos. Pero he pasado mucho tiempo de mi vida en la Urbe, el suficiente como para tener entrañado en mi ser esta ciudad única. Aunque parafraseando los famosos versos, diría que en este caso, después de Toledo, Roma. Pasear por sus calles es reencontrarse con la Historia, sentir el legado de una civilización que, a pesar de sus sombras, sigue proyectando luces sobre el devenir de la Humanidad. Un legado que hemos heredado, sin el que no se puede entender qué somos y cómo somos. De ahí el drama terrible de nuestro suicidio cultural al olvidar ese acervo del mundo clásico que es nuestro cimiento más firme.
Pero hay un lugar al que acudo todos los días, especialmente a la noche, cuando la ausencia de grandes masas turísticas permite disfrutarlo con serenidad. Piazza Navona, el antiguo estadio de Domiciano, convertido, con el correr de los años, es un magnífico ámbito barroco, que nos remite al esplendor de la Roma postridentina. Dominada por la majestuosidad pétrea de Sant´Agnese in Agone, que Borromini edificó sobre el lugar donde según la tradición la joven santa sufrió el martirio, y con la que el genio de Bernini dialoga en irónica crítica con el brazo alzado de la estatua del Río de la Plata, que teme ser sepultada por el hundimiento de la iglesia, mientras el Nilo se cubre el rostro para no verla, a la par que, junto con el Danubio y el Ganges, empujan hacia el cielo el rayo del dios Ra petrificado del obelisco Agonale. Y junto a esta simbiosis maravillosa de la Fontana dei Quattro Fiumi, la presencia del agua, un elemento esencial en el Barroco, con sus juegos multiformes y su cantar alegre, se refuerza con las otras dos fuentes, la de Neptuno y la del Moro.
En este lugar único se hace presente Toledo. La actual iglesia de Nostra Signora del Sacro Cuore fue, originalmente, San Giacomo degli Spagnoli, fundada por el infante don Felipe, hermano de Alfonso X, iglesia nacional de la corona de Castilla, dedicada también, junto al hospital anexo, a San Ildefonso. Y en un rincón de la plaza, convertido hoy en hotel, el Palazzo de Cupis, espléndido edificio renacentista que fue residencia, durante varios años, del gran cardenal Portocarrero.
Roma y Toledo, inextricablemente unidas. En el corazón y en la Historia.

«Roma y Toledo, inextricablemente unidas. En el corazón y en la Historia»

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