Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Luces y sombras

01/05/2022

El termómetro no supera los 30 grados, pero el calor, propio del mes de agosto, se hace insoportable dentro del coche. Apenas hay tráfico. Se nota que la mayoría de la gente está disfrutando de sus vacaciones. Son las 17,20 horas del día 10. El semáforo pasa de ámbar a rojo y el vehículo se detiene. Suena el teléfono. Es un número desconocido. 
-«¿Quién es?», pregunta el conductor.
-«¿Hablo con  Javier?», responde al otro lado del móvil una voz que parece cercana, incluso familiar.
-«Sí, soy yo. ¿Quién llama?», interpela con naturalidad.
-«Buenas tardes, hijo, soy el padre Jorge». 
-«Perdón -responde el joven-, se ha debido de equivocar. No conozco a ningún padre Jorge», comenta intrigado, esperando una aclaración.
-«Bueno, soy el Papa Francisco». Javier, sorprendido, no puede articular palabra. Está superado. Piensa en la misiva que remitió. En los abusos. En su pesadilla. Al otro lado del teléfono, el Pontífice cree que ha colgado. «¿Sigue ahí?». La voz es inconfundible. No hay duda. Es el mismísimo Papa quien le llama.
-«Hijo, serénate. He leído tu carta varias veces. No he podido más que emocionarme y sentir un dolor inmenso. Quiero pedirte perdón en nombre de toda la Iglesia». Javier se desmorona y rompe a llorar.
La llamada en el año 2014 del Papa Francisco a un joven de Granada que, presuntamente, había sufrido abusos sexuales desde los 14 años hasta llegar a la mayoría de edad es un claro ejemplo de cómo Bergoglio ha querido, desde que accediera al sillón de Pedro, afrontar el grave problema de la pederastia dentro de la Iglesia. La actuación del Pontífice en el caso de Javier -nombre ficticio de un español de 27 años- contra el denominado clan de los Romanones sirvió para sacar a la luz los supuestos abusos sexuales llevados a cabo en la ciudad andaluza por un grupo de sacerdotes, que captaban a monaguillos a los que engañaban, convenciéndoles de que tenían una gran vocación religiosa, para introducirles en un caótico y siniestro universo donde las orgías y las prácticas sexuales tenían una apariencia de normalidad con tintes espirituales.
Todo se remonta a la carta enviada por el joven, que hoy desarrolla su labor como profesor en Pamplona, al Papa, en la que le explicaba el calvario que experimentó a lo largo de esos años, una situación que le había generado un trastorno de ansiedad generalizado. La finalidad de su escrito era evitar que sus verdugos pudieran estar arruinando la vida de otros menores. De fragmentos muy duros, la misiva recogía cómo el clan le engatusó para abandonar el domicilio familiar y así pasar a vivir con ellos en la casa parroquial con 17 años. Desde entonces, según denunció, ninguna noche durmió solo. 
Los casos de pederastia en el entorno de la Iglesia española y la inacción y el encubrimiento de algunos sacerdotes conocedores de los mismos han empujado a que la Conferencia Episcopal promueva una auditoría encargada por la institución al despacho de abogados Cremades & Calvo Sotelo que tendrá un año para sacar conclusiones. Mientras el bufete sólo ha recibido 45 denuncias en seis semanas, las oficinas diocesanas han registrado en estos dos últimos años 506. Asimismo, casi en paralelo, el Defensor del Pueblo hará una investigación independiente de los abusos sexuales a menores que incluso podría llevar a comparecer en el Congreso a las víctimas que así lo deseen. 
Existe división dentro de la propia comunidad cristiana. La auditoría interna no convence, al considerarla insuficiente, ni a las víctimas ni a una parte importante de las organizaciones. El pasado lunes, cinco colectivos entregaron una carta abierta titulada Pasar de las tinieblas a la luz en la sede de la Conferencia Episcopal en la que reclaman a los obispos más trasparencia y que participen en la investigación del Defensor del Pueblo si quieren garantizar a las víctimas justicia. Estas entidades de cristianos de base exigen a la Iglesia la constitución de una Comisión de la Verdad con un mandato independiente similar a las que se pusieron en marcha en países como Alemania, Irlanda, EEUU o Francia.
La Iglesia celebró en febrero de 2019 una histórica cumbre mundial contra la pederastia. En la misma, se reafirmó la política impulsada por Bergoglio desde que tomara las riendas del Vaticano de «tolerancia cero» ante estas execrables prácticas, el compromiso de llevar a los abusadores ante la Justicia y la implantación de una hoja de ruta que sirva para que los obispos sepan cómo comportarse si se dieran nuevos episodios.
El caso de Javier llegó a los tribunales y el padre Román fue absuelto por falta de credibilidad del denunciante y ausencia de pruebas. El Papa pidió perdón al sacerdote por haberle dado la espalda.
España era el único país de mayoría católica donde no se había iniciado un proceso para investigar los abusos a menores en la Iglesia. Queda mucho camino por recorrer. Implantar medidas para evitar estos delitos deleznables y reparar a las víctimas son los primeros pasos para desterrar el problema, aunque el trauma y el dolor persistan.