Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Desencanto

02/10/2022

La inquietud en Bruselas era generalizada, un runrún que cada vez se hacía más grande al ir conociéndose que todas las encuestas presagiaban el triunfo en las urnas de la ultraderechista Giorgia Meloni en una Italia decadente, sin rumbo y con una crisis política sin visos de tener fin.
Los mensajes populistas de la que podía ser la primera ministra en el país transalpino, que en su juventud defendió al mismísimo Mussolini, chirriaban como una puerta oxidada en el seno de la UE, hasta el punto de que la presidenta Ursula von der Leyen, en un hecho sin precedentes, alertaba desde Nueva York, en la cumbre de la Organización de Naciones Unidas y dos días antes de las elecciones, que Europa tenía los mecanismos necesarios para frenar las intenciones de la ultraderecha; un serio aviso a navegantes que intentaba condicionar la hoja de ruta de los futuros gobernantes.
Sin embargo, el cuento de Pedro y el lobo en esta ocasión no influyó en el deseo de la mayoría de los ciudadanos que, hastiados por la parálisis y la decadencia de su país, descartaban ir a votar o tenían el deseo de cambiar el rumbo de un Estado, altamente endeudado, con una industria que está perdiendo el tren del progreso y un sistema productivo, incapaz de ofrecer alternativas de futuro a los más jóvenes. Con una abstención sin precedentes, Meloni logró el mayor número de apoyos -uno de cada cuatro sufragios- e Italia se convertía en la primera gran potencia económica europea que se decantaba tras la II Guerra Mundial por dar las llaves del Gobierno a una formación de extrema derecha.   
El programa de los Hermanos de Italia defiende, entre otros aspectos, a la familia tradicional frente al lobbie del movimiento LGTB, reclama más autonomía de los Estados frente a las directrices que emanan de Europa y exige un control mucho más estricto de la inmigración ilegal. Sus políticas se asemejan a las que ya se han puesto en marcha en países como Hungría y Polonia, y a las que se incorporarán en Suecia, donde la ultraderecha se ha erigido también en el segundo partido con mayor respaldo y formará parte del Ejecutivo. ¿Qué es lo que está sucediendo en una parte importante del Viejo Continente, donde se ha pasado de apoyar en masa a la socialdemocracia a optar por opciones populistas y marcadamente euroescépticas?
La crisis económica arrastrada por la pandemia y espoleada por la invasión rusa de Ucrania, con una inflación a nivel global sin precedentes, que está afectando al poder adquisitivo y a la calidad de vida de la clase media, sumada a la falta de oportunidades de los más jóvenes, a un incremento de la inseguridad en algunas de las grandes urbes y a las imposiciones que llegan desde Bruselas, está provocando un efecto directo en la asunción de mensajes que están calando con fuerza entre una parte de la población. Podrá gustar a unos y horrorizar a otros, pero no hay más ciego que el que no quiere ver que existe esta tendencia -es un hecho irrefutable que se está repitiendo en las últimas citas electorales- en el Viejo Continente. Quizás la población apueste por probar nuevas fórmulas, hastiada del fracaso de otros proyectos políticos que no han conseguido alcanzar lo que de ellos se esperaba y que se han ido alejando a pasos agigantados de las necesidades reales de la sociedad. Italia ha sido el último ejemplo.
Las proclamas que se lanzan en campaña electoral chocan directamente con la capacidad de maniobra que tienen posteriormente los gobiernos. Esta misma semana ha trascendido que a Meloni no le queda más remedio que pasar por el aro y que ya ha pactado con su antecesor -Mario Draghi- continuar por la senda trazada, tratando de relajar sus relaciones con Bruselas con el compromiso de seguir apoyando a Ucrania, siendo leal a la Alianza Atlántica y dando continuidad a una política económica que había sido la gran cuestionada en los mítines de la campaña electoral. Un movimiento en falso en la ruta marcada por los hombres de negro podría poner en riesgo la llegada a Italia de cerca de 170.000 millones de euros de los fondos de recuperación acordados para hacer frente a los destrozos de la pandemia y esa espada de Damocles es un argumento de peso para no desviarse del camino.
Muchos de los proyectos e intenciones planteados por los partidos políticos, sean del color que sean, no tienen otra opción que acabar abandonados en un cajón, porque la realidad es que el derecho europeo está por encima del de las naciones y el Tribunal de la UE puede echar por tierra cualquier medida que se planteé desde alguno de los 27 territorios siempre que la considere contraria a las normas comunitarias. Esa primacía es uno de los principios que garantizan la cohesión, pero, al mismo tiempo, no deja de ser la herramienta que atenaza la capacidad de maniobra y la soberanía de los Estados, que acaba por alimentar un desencanto que tiene su reflejo en las urnas y que corre el riesgo de ser el principio del fin.