España cae al puesto 32 en la clasificación mundial de libertad de prensa, según el informe anual de Reporteros sin Fronteras. Tres puestos más abajo que hace un año. Razones: la polarización mediática creciente; la confusión, mucho más creciente todavía, entre opinión e información; el abrumador peso de la información-desinformación política que oscurece todas las demás, especialmente en la mal llamada "prensa nacional"; la vulnerabilidad económica de muchos medios, que no sobrevivirían sin "apoyos" y que conduce a la dependencia política; la precariedad de los profesionales...
Debería preocuparnos esta situación, sobre todo a los lectores que compran un diario porque creen que en él van a encontrar una interpretación rigurosa de los datos y de la realidad. Son muy pocos los españoles que compran más de un periódico, o varias revistas o que escuchan diferentes emisoras de radio o de televisión. Casi todos buscamos lo que se identifica con nosotros y así, el contraste es muy difícil. Pero esta mala situación de la libertad de prensa en España no es mas que un reflejo de lo que está pasando en otros ámbitos sociales y muy especialmente en el de la política.
Casi todos nuestros políticos manifiestan un escaso respeto por la libertad de opinión y de expresión y como dice la magistrada Natalia Velilla, "la temperatura de la democracia de un país se mide precisamente en el respeto y ejercicio real de la libertad de expresión". La intransigencia, la soberbia, el autoritarismo y la frivolidad no son calificativos únicos de la extrema derecha que tenemos --que lo son en buena medida- sino de todas las fuerzas políticas. La mentira se ha instalado en el corazón de la política y a un lado y al otro se vulneran las reglas democráticas y se agrede a la verdad sin contemplaciones.
Un alto cargo de una relevante institución cultural acaba de escribir que no comprendió nunca a los que trataron de retrasar el fin de ETA (¡!). Pero es más grave lo que afirma después de esos españoles: "querían mantener negocios familiares relacionados con los guardaespaldas o ganar votos en campañas electorales". Es una afirmación miserable que se complementa más adelante: "la barbarie se alió con la sal de los que quisieron aprovechar los cadáveres despiezándolos en sus campañas electorales en favor de las bajadas de impuestos y la precariedad laboral". La mezquindad y el abuso de la mentira tiene todavía otro episodio en la misma pluma: "La derecha española solo está obsesionada con defender a las élites económicas y dinamitar la aspiración patriótica de un trabajo decente. En esa obsesión pierden el respeto a las víctimas y siguen haciendo uso demagógico de sus muertes".
Todavía falta tiempo para que se pueda hacer una historia real de lo que fue ETA, de la complicidad del nacionalismo vasco y de una parte importante de la Iglesia vasca, del apoyo de la izquierda a los asesinos porque pensaban que eran otro frente antifranquista y no una banda criminal. Los únicos que no han cambiado son las víctimas, ejemplares en su dolor, en el silencio e, incluso, en el perdón, que no en el olvido. Y algunos jueces ejemplares que siguen buscando a los culpables de más de 300 asesinatos que todavía siguen impunes.
Los asesinos, sin arrepentimiento ni colaboración con la justicia, son excarcelados o gozan de beneficios penitenciarios. Los exdirigentes de ETA campan libremente por el País Vasco, ocupan cargos políticos y son decisivos, para vergüenza de todos, en la gobernanza de España. Los familiares de las víctimas se encuentran en la calle con ellos o deben evitar ir a determinadas localidades donde siguen mandando los que impusieron el terror. Cientos de miles de ciudadanos vascos fueron expulsados de su tierra, como ahora está sucediendo en Ucrania. Y todavía hay que leer afirmaciones que buscan intencionadamente confundir la verdad, dañar la convivencia y fomentar la polarización y el odio. No se puede convertir en demócratas a quienes sólo quieren subvertir la democracia. Mentir debería costar el cargo.