María Ángeles Santos

Macondo

María Ángeles Santos


Microworkers

12/12/2019

La crisis, que convirtió a muchos en consumidores de lo justo y menos, ha venido más que bien para las empresas, que se han apresurado a reducir costes laborales, a mayor gloria de sus beneficios.  Y así, en el terreno del mercado laboral han aparecido cientos de miles de los llamados microworkers, trabajadores por horas o por ratos, pendientes durante toda la jornada de si entra o no una solicitud  en la plataforma en la que están registrados para realizar una pizca de lo que hasta ahora llamábamos trabajo, cobrando, por supuesto, un minisueldo, por tanto, una centésima parte de lo que debería ser un salario. Y para colmo, sustituyendo al asalariado por el autónomo. O el ‘emprendedor’, que también está muy de moda.
El diccionario nos dice que una de las acepciones de colaborar es «ayudar con otros al logro de algún fin». Y Economía, también de acuerdo con la Real Academia, es la «Ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos». Juntando y pegando, la llamada ‘economía colaborativa’, tan de moda (tristemente), debería ser ayudarnos entre todos a distribuir lo que hay, el consumo y el trabajo, para que nadie pase necesidad. Más o menos.
Así debería ser, si nos atenemos a la literalidad de los conceptos, pero es que la tan traída y llevada crisis ha removido todos los cimientos. Hasta los del lenguaje. Ya no se trata de compartir, vender o cambiar lo que te sobra o no usas, sea tiempo, una bicicleta o un apartamento, que los nuevos tiempos, además de consumidores de bajo coste, también nos han dejado ‘plataformas’ de espabilados y trabajadores low cost.
En lo que ahora llaman economía colaborativa, entran, por ejemplo, Uber o Cabify, o Airbn, para alquileres, y hasta plataformas de reparto de comida a domicilio, como Deliveroo, cuyos trabajadores (autónomos-emprendedores), están ahora en pie de guerra, hartos de pedalear por toda la ciudad por una miseria, además de pagar sus cuotas, poner la bicicleta y hacerse cargo de las lesiones y las reparaciones.
Eso no es colaborar. O sí, pero retorciendo el significado. Es ayudar a que engorden las cuentas de cuatro listos a costa de pasar penurias, de no llegar ni a mediados de mes y de borrar del diccionario el término futuro, porque, simplemente, no existe.
Muchos de nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos hecho ‘trabajillos’ para ayudar a la economía familiar, para pagar las matrículas o los libros del curso o para pagar un extra. Desde vendimiar algunas semanas a dar clases particulares al hijo de la vecina, cuidar niños o lo que cada cual haya podido. Con la vista puesta en el mañana.
Ahora es siempre hoy, que esta nueva economía parece haber venido para quedarse. Por encima de la justicia, de la solidaridad y del futuro.