Un destino incierto

Marina Villén (EFE)
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Miles de afganos buscan rehacer sus vidas tras escapar del régimen talibán en un país donde las oportunidades son muy escasas

Madres desesperadas han optado por huir por el bien de sus hijos - Foto: MOHAMMAD ISMAIL

Huyeron de Afganistán por miedo a los talibanes y cruzaron ilegalmente a Irán. Todos tienen en común un desplazamiento traumático, una situación actual de desamparo y el difícil objetivo de rehacer sus vidas en un país sobrepasado por la gran cantidad de refugiados.

«Vinimos sin pasaporte, de forma ilegal, de contrabando. Estuvimos 21 días en camino, pasamos hambre y sed, durante dos días enteros no tuvimos ni agua ni pan», cuenta entre lágrimas en un barrio del sur de Teherán la afgana Azize dor Mohamad.

Originaria de la provincia norteña de Kunduz y con seis hijos, el menor de dos años, Azize decidió huir después de que los islamistas capturaran a su padre, que era militar, y lo mataran. Sus propiedades fueron confiscadas.

Desde su ciudad, Khan Abad, se desplazaron primero a la provincia de Kandahar y, cuando el movimiento radical tomó el control de esa zona sureña, pusieron rumbo a Irán, nación en la que ya viven más de tres millones y medio de compatriotas que han huido de su país.

Irán y Pakistán acogen al 90 por ciento de los alrededor de cinco millones de afganos que durante las últimas décadas se han desplazado fuera del Estado asiático, según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Y cada día llegan más.

Al igual que Azize, Nur Mohamad Ahmadí también comenzó su periplo después de que los talibanes entraran en su ciudad, Shakar Dara, por temor a las eventuales atrocidades y para proteger a sus cuatro hijos.

Nur enseña sus uñas amoratadas por las largas caminatas y narra cómo tuvieron que correr en muchas ocasiones para evitar ser vistos y cómo se cayeron al suelo cuando andaban cada noche entre cuatro y seis horas para escapar del país.

Según esta mujer de 36 años, que huyó con un bebé de ocho meses a cuestas, su familia gastó todo su dinero en pagar a los contrabandistas que les ayudaron a cruzar primero Afganistán en dirección a Pakistán y luego de ese país a Irán. Dos semanas de viaje.

«Teníamos miedo. Se decía que los talibanes vienen y secuestran a las chicas para casarse con ellas y que se llevan a los chicos para que luchen en la guerra», afirma Nur en la pequeña escuela Farhang del sur de Teherán, cuyos alumnos son todos afganos.

Su deseo es que sus hijos estudien y puedan dejar atrás «la pobreza y los malos tiempos» que han vivido en Afganistán. Al menos su familia ha conseguido llegar a Teherán, otras se encuentran en campamentos humanitarios levantados cerca de la frontera.

Mientras Azize y sus hijos ha ido dando tumbos en la capital iraní entre casas de varios familiares, Nur se aloja junto con otros compatriotas en situación similar en una pequeña vivienda del barrio de Zamzam.

Algunos afganos pidieron con cierta antelación visado iraní en los consulados de Kabul, Herat o Mazar-e-Sharif y pudieron entrar al país de forma legal, pero la situación de Azize y Nur y muchos otros es más precaria al no contar con papeles.

Ambas mujeres intentan ahora que sus hijos puedan continuar con su educación para labrarse un porvenir. Sin embargo, la falta de documentos dificulta el registro de sus vástagos en colegios públicos iraníes, por lo que han recurrido a la escuela Farhang.

Pese a todo, la hija de Nur, Bereshna, de 12 años, afirma con timidez «estar contenta» de haber salido de Afganistán porque allí «había guerra y desde los coches gritaban Alahu akbar (Alá es grande)», aludiendo de modo infantil a la toma del poder por los talibanes.

«Todo el tiempo llorábamos y teníamos miedo. Me gustaría ir a otro país (distinto de Irán), quiero tener una vida tranquila», comenta la niña, quien como muchos otros afganos piensa que por ejemplo en Europa tendría más oportunidades. Pero esa travesía se antoja más complicada.