Enrique Belda

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Enrique Belda


El hábil, el codicioso y el diablo

24/11/2020

Marchaba caminando por un paraje español un tipo bien parecido, vividor nato, que se había caracterizado por conseguir todo lo que se proponía, a cualquier precio, y cuya codicia no tenía freno. Había hecho muy buenas migas con otro sujeto muy hábil y despierto, conseguidor y encantador de serpientes, que se le había pegado en la travesía de la vida para obtener a su sombra beneficios que él por sí mismo no podría soñar, pues su familia era menos poderosa y amplia que la del codicioso, y su rara belleza solo le hacía ser objeto de admiración por los más allegados. En pocos meses de tratarse, ambos vieron que se necesitaban y emprendieron ruta en busca de fortuna y poder.
Al llegar a una escarpada pared, el hábil le dijo al codicioso: «No es fácil subir ese desnivel, pero si lo hacemos, aguarda ahí arriba un altiplano lleno de bellezas y recursos naturales que, al menos, nos hará vivir como reyes los próximos tres años». «¿Cómo subimos ahí arriba?», le preguntó el codicioso, y añadió: «Podría llamar a aquella campesina que está allí arrimada a su huerta para que con su familia hagamos un ‘castell’ y nos encaramemos a lo alto». El hábil le respondió: «¿No crees que sería más conveniente asegurar, no sólo que lleguemos arriba, sino que no tengamos que dar cuentas de ese tesoro a nadie, y lo disfrutemos a fondo una vez lleguemos allí?» Y continuó: «yo conozco muy bien al Diablo. Ya he cruzado esa línea y me genera beneficio siempre. El Diablo nos ayudará a subir con una legión de ángeles caídos sin tener que necesitar a gente normal que luego pida, exija y haga preguntas. Usemos mejor al diablo y a todo el lado oscuro».
El codicioso, mientras que aceptaba frotándose las manos (y se despedía desde lejos de la familia de la lugareña arrimada a una huerta, levantando hacia ella un dedo en señal de peineta), comenzó a encaramarse en las chepas del hábil y los diablos. De pronto, se volvió y le dijo: «Pero si ya alcanzamos la cumbre con los campesinos de la señorita que estaba ahí arrimándose a nosotros, ¿elegimos a los diablos porque no pedirán nada, además de no vigilarnos? ¿Cuáles son las diferencias?” Respondió a eso, rápido, el hábil con una media sonrisa: «Serás muy mono pero no piensas mucho. Primero porque los diablos nos dejarán disfrutar a fondo de ese edén, aunque ellos lo tengan que explotar con nosotros. Hay oro ‘pa tós’. Segundo porque estos no nos abandonarán para apoyar a nuestros enemigos, ya que nunca pactarán con ellos. Y tercero, porque los diablos dan miedo y por tanto son buenos amigos para el poder, mientras que la huertana que quería arrimarse a nosotros, ahora mismo solo da risa». Y Colorín colorado, este cuento ha terminado.