Enrique Belda

LOS POLÍTICOS SOMOS NOSOTROS

Enrique Belda


¿Votamos por una ideología?

12/11/2019

Estamos en el siglo XXI, y a estas alturas se ha formado ya, por fortuna para los ciudadanos y para escarmiento de los vividores de la mala política y de los falsos profetas, una «ideología constitucional» ¿Qué es?: un credo horizontal, polivalente, superador de las dinámicas de enfrentamiento, cuyo contenido son los derechos humanos, y cuyo medio de conseguirlo son las políticas y acciones de origen popular que canaliza la democracia representativa. No me interpreten mal: por supuesto que cabe reconocer aún vida a las ideologías, entendidas en un sentido tradicional, en muchos de nuestros países en los que la sociedad no ha llegado al acuerdo constitucional o convencional que concluye que el camino colectivo es el reinado de los derechos humanos. Pero lo que carece por completo de concordancia con la práctica es incidir en el encuadramiento, la confrontación y la catalogación social por el hecho de «la ideología», cuando el modelo de Estado y los fines personales y colectivos han sido ya encontrados por grandes mayorías: derechos humanos y Estado Social y Democrático de Derecho. Eso es todo. Podemos seguir llamando «ideologías» a las meras diferencias de procedimiento para llegar a concretar los derechos de las personas, pero no dejan de ser simples posturas, o posiciones que no tienen ya que reunir la enjundia o sustancialidad de un pensamiento filosófico articulado, que por su construcción se pudiera calificar como movimiento ideológico distintivo. La supuesta diferencia ideológica en las sociedades avanzadas es tan solo un determinado enfoque ante el mismo objetivo de Estado, que es el compartido, y seguir calificando en algunos de nuestros países como «ideología» lo que solo es una propuesta o medio diferente a otro de llegar al mismo fin (la concreción de los derechos), parece un exceso. Ese exceso tiende a desinformar a cada ciudadano/a para perderlo en grandes retóricas, en pasadas confrontaciones, y en todo un mundo superado de simbolismo y encuadramiento social, que le entretiene (puede que de forma interesada y en beneficio de quienes lo siguen fomentando) alejándolo del fin inmediato, nítido, directo, y ya alcanzado por la lucha de generaciones anteriores, esto es, cada uno de sus derechos. La ideología pervivirá en sociedades donde las diferentes opciones políticas manifiesten discrepancias con el Estado Democrático y con su alma, los derechos humanos. En esos casos, claro que se plantea socialmente una confrontación de tintes ideológicos. Pero cuando una Constitución avanzada concita el fin común y pone al alcance de la sociedad la estructura para conseguirlo, lo que resta determinar es la mera propuesta o camino que dentro del marco acordado ha de seguirse para materializarlo (que no es poca diferencia, pero no es «ideología»).