Apuntes sobre la iglesia de los jesuitas de Toledo (I)

José García Cano*
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Entre las condiciones testamentarias que dieron lugar a la iglesia se recoge que debía tener por largo «ciento setenta pies poco más o menos» con el grueso de las paredes y de ancho 102 poco más o menos. La pueta mayor debía dar a la plaza

Imagen nocturna de la toledana iglesia de San Ildefonso. - Foto: Juan Miguel Pando. IPCE MInisterio de Cultura

El próximo jueves se celebran los 254 años de la petición que se hizo al arzobispo de Toledo, es decir, don Luis Fernández de Córdoba y Portocarrero, para reutilizar los edificios de la orden de los jesuitas como centros educativos, ya que los frailes de la Compañía de Jesús, habían sido expulsado de nuestro país por decreto de 1 de abril de 1767 y por tanto se encontraban sin ocupación alguna. Los conventos sobre los que se estaba estudiando este cambio eran los de Toledo capital, Los Yébenes, Ocaña, Talavera de la Reina y Oropesa. Pocos años después (21 de julio de 1773) llegaría la declaración hecha por el Papa Clemente XIV mediante la cual ordenaba la extinción de la Compañía de Jesús, así como la orden de no acoger a los frailes jesuitas en los Estados Pontificios, asunto que se arregló posteriormente con la intervención de Carlos III el cual consiguió que a los jesuitas se les diese cobijo en los estados de Ferrara y Bolonia. Haciendo un breve repaso a la historia de la Compañía en Toledo, sabemos que llegarán a esta ciudad en el año 1558, cuando gestionaban un colegio bajo la advocación de San Eugenio. Un ejemplo de la buena aceptación de la orden en la ciudad fueron los sucesivos donativos y ayudas que recibieron los frailes de manos de nobles y piadosos cristianos. Una de las más importantes fue la realizada por doña Estefanía Manrique de Castilla, gracias a la cual se pudo construir la actual iglesia barroca que todos conocemos. Las obras se iniciaron en 1629, si bien ya en el año 1605 doña Estefanía había firmado su testamento ante el escribano Antonio de Therán Erniquez en el que dispuso sus condiciones y detalles para ayudar a la Compañía en las obras del templo. Realmente la ayuda que hizo doña Estefanía fue hecha hacia el colegio de San Eugenio, ya que las casas profesas no podían poseer rentas algunas y en cambio los colegios sí que tenían permitido recibir ayudas diversas pues su enseñanza era gratuita. Entre los diversos datos que encontramos en el testamento de la benefactora sobre la fundación jesuita, se nos indica que debía seguir las trazas y etilo del convento de esta orden en Alcalá de Henares. Doña Estefanía era hija de don Gaspar Manrique, caballero de Santiago y de doña Isabel de Castilla, y había servido como dama a la reina Isabel de Valois (tercera esposa de Felipe II); por otro lado, Estefanía tenía un hermano llamado Pedro Manrique de Castilla, el cual también estuvo de acuerdo en patrocinar la obra y así se lo contó a su hermana antes de morir, para insistirla en ayudar a los frailes en este proyecto. Es importante recordad que el espacio donde hoy se levanta el convento no es una manzana cualquiera, ya que la tradición decía que en algún punto de esta zona había nacido el mismísimo San Ildefonso, patrón de Toledo, allá por el siglo VII y del que los dos hermanos eran muy devotos.
Entre los fondos que doña Estefanía legó a los jesuitas para su colegio, citamos la cantidad de 612.500 maravedís de un juro situado en las alcabalas de la ciudad de Córdoba. Por otro lado 50.000 maravedís de un tributo anual impuesto con facultad del rey sobre las propiedades del conde de la Puebla de Montalbán; otros 20.000 maravedís de otro juro anual sobre las rentas y alcabalas de la ciudad de Toledo; 238.235 maravedís de tribuno anual impuestos sobre la villa del Provencio y sobre las dehesas de Fuente el Caño y Macazabucaque, que fueron propiedad de la madre de Estefanía, es decir doña Isabel. Por otro lado de lo que Estefanía había heredado de su hermano Pedro, unos 363.318 maravedís de tributo anual impuestos sobre la localidad de Villaescusa de Haro (Cuenca) y su concejo. Igualmente cedió unas casas con su hacienda en la localidad toledana de Casasbuenas, la cual rentaba al año unos 600 ducados y finalmente legó para la dotación del colegio e iglesia, «todos los juros, tributos, censos, posesiones e otros bienes raíces» que Estefanía poseyese, demostrando la buena disposición que tuvo para financiar el establecimiento de la Compañía en Toledo. Entre las condiciones testamentarias se dice que la iglesia tenga por largo «ciento setenta pies poco más o menos» con el grueso de las paredes y de ancho 102 poco más o menos contando también el grueso de las paredes y la puerta mayor de la iglesia salga a la plaza que delante de la citada casas profesa, realizando el altar mayor enfrente, hacia la capilla que llaman de San Ildefonso y que se siga la traza del colegio de Alcalá del a misma Compañía de Jesús, corrigiendo las faltas que este tuviere. Se ordenaba también que tanto en la capilla mayor como en el cuerpo de la iglesia, así como en la zona de afuera de las puertas, se coloquen las armas de los Manrique y los Castillas, abrazándolas una cruz verde propia de la Orden de Alcántara «de manera que se parezcan las Quattro flores de lises de ella». Ante la devoción que tenían ambos hermanos al patrón de Toledo y por la consideración de haber nacido en el lugar donde se estaba levantando la iglesia jesuita, se indica en el testamento que la advocación de la misma debía de ser la del Bienaventurado San Ildefonso y que su imagen se ponga en el retablo del altar mayor, el cual debía ser «de los mejores que se hubieren fecho en el lugar más principal del dicho retablo». Sobre la construcción de la iglesia, se obliga a que debe realizarse una bóveda debajo de la cabecera de la iglesia, que sea tan grande que ocupe toda la cabecera y altar mayor y "que la dicha bóveda quede de diez a doce pies en alto". En la bóveda se debían enterrar los cuerpos de los padres de los dos hermanos fundadores, así como los de Rodrigo, Ana y Leonor Manrique, hermanos de Estefanía y Pedro. También se citan otros dos cuerpos que debían de trasladarse a esta bóveda: el primero el de una sobrina de ambos llamada Leonor Manrique, hija del señor Juan Gutiérrez Tello y el segundo el de Luisa Manrique, madre de Leonor y esposa de Juan Gutiérrez, por cierto corregidor de Toledo y Alférez Mayor de Sevilla, al que muchos toledanos y toledanas recordarán por haber sido el brazo ejecutor de la desaparición de centenares de restos moriscos en Toledo, siguiendo cierta orden que dictó el rey Felipe II y fue también el mismo corregidor bajo cuyo mandato se finalizó la obra y reforma de la puerta de Bisagra (1576).

*José García Cano es académico correspondiente en Consuegra de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo