Pasado el espejismo del Debate del estado de la Nación --con victoria de Sánchez por goleada gracias a propuestas puntuales y populistas, pero sin un plan para los próximos seis meses--, ahora lo que hay que esperar es cuándo dará el presidente el nuevo golpe de efecto. Es decir, si será antes o después del verano cuando se cargará a los ministros del Gobierno y a los dirigentes del PSOE que no son responsables de la catástrofe, aunque sí colaboradores necesarios. Los ministros "técnicos", que hace un año relevaron a los "políticos", han demostrado ya su incapacidad para abordar proyectos consistentes. Todos ellos siguen siendo desconocidos no ya para el gran público sino para políticos y periodistas. Quienes mandan en el PSOE, por delegación y bajo control de Sánchez, claro, están ayudando al descrédito del propio partido y no han ganado ninguna de las últimas elecciones. Pero unos y otros son solo marionetas en manos del presidente, el único que mece la cuna en el Gobierno y en el partido. Y todos callan porque temen que llegue el motorista con la destitución. Las elecciones municipales están muy cerca y una nueva derrota anticiparía la debacle socialista.
Las medidas económicas populistas se agotarán antes de terminar el año y los nuevos impuestos a las entidades financieras y energéticas no aportarán nada hasta el 2023 y 2024. Mientras tanto, lo que viene en el otoño inmediato es la continuación de la guerra y una crisis energética de gravísimas consecuencias para toda Europa, con crecimientos a la baja, una inflación por encima del 8 por ciento y una enorme incertidumbre que va a llevar a la mayoría de los países a tomar medidas de ahorro y austeridad que tendrán como consecuencia un fuerte parón del consumo. También para España, que tiene enormes debilidades, un déficit y una deuda elevadísimos y la amenaza, cada vez más cercana, de un otoño caliente, con posibles movilizaciones en la calle y, tal vez, una huelga general si no hay acuerdo entre las organizaciones sociales y el Gobierno en lo relativo a la subida de los sueldos, incluidos los de los funcionarios o las pensiones. Y la rebelión ciudadana ante la disparatada subida de los precios de los alimentos, de la electricidad y de los combustibles. O la de los autónomos y las pymes, ignoradas por Sánchez en las medidas anunciadas en el debate del estado de la nación. La Autoridad Fiscal ha pedido rigor y ha dicho que no hay lugar para la improvisación, pero ese es el terreno en el que se viene manejando el Gobierno desde hace meses. Cortoplacismo y populismo.
La única ventaja de Sánchez es que ninguno de sus socios puede permitirse dejarle caer. Todos perderían. Pero hay indicios de que eso puede cambiar en los próximos meses. Yolanda Díaz, que utiliza la vicepresidencia para montar su partido a espaldas de Podemos, puede ser más una amenaza que un aliado. Ni Sánchez se fía de ella ni ella confía en el presidente. ERC quiere sacar algo en la mesa de negociación y presentarse como la única voz del independentismo, pero, al mismo tiempo, quiere ganar al PSC en Barcelona y será difícil desde el compadreo. El PNV seguirá apoyando hasta que piense que le puede sacar más a otro. Bildu es una mochila bomba en la espalda del PSOE y de la democracia. El mal encaje de Podemos en el nuevo proyecto de Díaz es otra amenaza para la estabilidad del Gobierno. Y los Presupuestos de 2023, tras el fiasco de los de 2022, van a ser otra carrera de obstáculos. Así que Sánchez está obligado a mover ficha más pronto que tarde. Y sólo él sabe en qué dirección lo hará o a quién se cargará con el único fin de sobrevivir. En eso es un maestro único.