Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Clamor por el Tajo

24/02/2022

Hace unos días, paseando por el puente de San Martín, en un recorrido salpicado por los chirridos de la tirolina y el devenir de los turistas de los sábados, escuchaba a un visitante narrar entusiasmado por teléfono las maravillas de Toledo, «es impresionante, con murallas, patrimonio por todos sitios, un lugar único», decía. Lógico. Pero me llamó más la atención el lamento de otro joven a sus amigos: «Qué poco tiene que ver este río con el que describió Garcilaso de la Vega». El orgullo porque ese chico conociera los versos de nuestro mítico poeta, se vio empañado por una dramática realidad, que solo tiene una respuesta colectiva: hay que salvar el Tajo.
La identidad de los toledanos va inevitablemente unida al río. Y con ello, a nuestra infancia, a esos baños interminables en aguas salvajes, a esos paseos en bici con los primos en un entorno salpicado de paloduz que devorábamos como si no hubiese un mañana. Pero lo hubo. Se acabaron los chapuzones y la inocencia de la edad chocó con la humillante realidad de un río que nos robaron a traición, iniciando un expolio que se mantiene desde hace más de 50 años. Maldito trasvase.
He escrito tanto sobre el Tajo, que me descorazona que no solo no haya mejorado, sino que las aguas turbias y la mortandad de peces, hayan dado lugar a un desfile pausado de detestables espumas que algunos atribuyen al frío. O al cambio de temperatura. O a que, añado con ironía, quizá cada toledano echa un chorrito de detergente al río por la mañana para quejarse por algo, que los que mandan se sienten agraviados porque somos muy críticos, con lo que a ellos y a ellas les preocupa la sostenibilidad y esos conceptos con los que sazonan sus discursos hipócritas que a nadie interesan.
En medio de este atentado ecológico que cada gobierno perpetúa con absoluto cinismo, extraigo una lectura positiva: aumenta el clamor por la situación del Tajo. La sociedad se rebela ante el insulto que significa esa falta de  caudal, esos vertidos que todos niegan pero que la mayoría vemos, esa desfachatez con la que matan al río, emblema de Toledo.
Conseguir un Tajo limpio no es cuestión de ideologías, sino de voluntad política. Es obvio que Castilla-La Mancha pinta mucho menos que ese Levante, que recibe con generosidad la porción más golosa de sus aguas. Lo que ya es de juzgado de guardia es que la propia Junta planee utilizar la frágil fortaleza del Tajo para diseñar su propio trasvase, el de la Tubería Manchega.
Es urgente que los ciudadanos, sobre todo los jóvenes, levantemos la voz y hagamos saber a los que viven del dinero público, que ganar en las urnas conlleva una serie de derechos, pero también comporta obligaciones, como es el cuidado del medio ambiente, del paisaje, del patrimonio. A ver, ¿de verdad piensan que nos creemos que es imposible detectar el motivo de la contaminación del río o que el estado el Tajo es irreversible? Si en Europa se han conseguido recuperar grandes caudales, ¿por qué aquí no? Hagan algo, por Dios, que para eso cobran.
No nos rendiremos. Porque nuestro río merece responder a esos versos evocados de Garcilaso: «Con tanta mansedumbre el cristalino / Tajo en aquella parte caminaba, / que pudieran los ojos el camino / determinar apenas que llevaba».