Francisco García Marquina

EN VERSO LIBRE

Francisco García Marquina


Resistencia reflexiva

05/04/2020

¡Claro que vamos a salir de ésta, simplemente porque la opción contraria es impensable! Por exhausto que esté un náufrago, jamás se plantea como alternativa la de ahogarse. Vamos, pues, a seguir nadando. Pero con sentido de orientación, para no estrellarnos contra las escolleras.
«Lo español» es un estado agónico entre extremos, que nos hace estar a la contra o a favor por un partidismo menos racional que sentimental, como se es hincha del Madrid o del Atleti. Así hay un tronco ahorquillado en derecha e izquierda, ramificado en varios nacionalismos, definido más por rechazo al oponente que por conciencia de sí mismo, que da lugar a conductas destructivas cuando sería necesaria la concordia frente a esta grave epidemia.
El criterio basal de nuestras apreciaciones no es científico sino político y hasta racial. Si alguien acusa al Gobierno de izquierdas de negligente e incompetente, el oponente, en lugar de entrar en el tema, se escuda en magnificar los mismos defectos potenciales en la derecha. Es posible que la gestión del PP hubiera sido muy mala, pero esto no hace buena la del Gobierno.
Los maquillajes de Simón, para unos son mentiras y para otros una prudencia tranquilizadora. Altos cargos que censuraban la protección que ha dado Madrid a la sanidad privada, son los que ahora se refugian en ella. La Comunidad de Madrid carece de medios de protección, pero las responsabilidades dependen de nuestra particular aceptación de las versiones de Ayuso o Illa. ¿Qué pensar de la censura del secretario de Estado de Comunicación a los periodistas? Es reservada la documentación sobre el timo de los equipos venidos de China. Y el Gobierno no puede reclamar unidad sin ofrecer información. En este ambiente, brotan imaginarios como que tanto la extrema izquierda como la extrema derecha tratan de beneficiarse del virus para desbancar al Gobierno.
Se fomenta el «buenismo» de que no es momento de criticar sino de respetar a los muertos, que es una justificación del desatender a los vivos. Otro pretexto similar es que no es hora de censurar sino de ayudar, como si ambas cosas no fueran necesarias, pues es urgente advertir sobre la marcha a quien dirige el auto a un precipicio que no ve o no quiere ver.
Hay gestos de generosidad admirables como la de los empleados públicos que dan su piel, frente a otros colectivos inertes que la regatean. Hay quien como Iglesias aprovecha el estado de emergencia para introducir políticas sociales generosas «en favor de las gentes» pero ruinosas a la larga. Hay ministras como Calviño que no pierden la cabeza en la confusión. Hay resentidos como Marlaska que destituyó al jefe de Policía Nieto González por crear alarma social porque el 21 de enero ya advirtió de la gravedad de la epidemia, 10 días antes de que Simón dijera que aquí no pasaba nada.
Entramos en cuarentena con las dos Españas enfrentadas. Después nada va a ser ya igual y Dios quiera que salgamos de ella reconciliados con el deseo de restaurar a España. Sigamos al capitán de un barco en cuarentena -del que habla el psicoanalista Carl Jung en su grueso volumen El libro rojo- que convierte su desánimo en esperanza: «En vez de pensar en todo lo que no podía hacer, pensaba en lo que haría una vez que estuviese en tierra… Me quitaron una primavera pero yo había florecido por dentro».