Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Tiempos de ceguera

30/01/2023

Que el hombre, víctima de sus múltiples prejuicios y de su falta de perspectiva, está cavando su fosa a marchas forzadas parece un hecho incontrovertible. Nuestros dirigentes, víctimas, por lo general, del Síndrome de Hybris, no son conscientes del viejo dicho de 'cuanto más alto, más solo y más necio'. El tiempo de los Bufones (que, como saben, tenían derecho a decir las cuatro verdades a los Reyes) pasó a mejor vida, suplantado por el tiempo de los Turiferarios, de quienes gustan rodearse los poderosos, dándoles la razón en todo y por todo (especialistas en jabones de todas las marcas).
Unos por derecho divino; otros por el derecho de los votos, e incluso algunos por creerse aquella cretinez de la sangre azul, van por la vida diciéndose investidos de un poder omnímodo, considerándose, en vez del fiel servidor de sus súbditos, el dueño de la finca con derecho a pernada. Son gentes, por lo general, que leen poco y mal, y actúan sin criterio y alimentados por una soberbia desmedida.
Decía Pascal que la gran tragedia del hombre estriba en vivir entre dos universos contrapuestos: el de los infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. Del primero, aun sin tener conciencia plena de su mareante extensión, ya solía decir aquello de que «la infinita magnitud del espacio en torno a nosotros me aterra». Los astrónomos saben bien el alcance vertiginoso de la frase de Pascal, pese a la hermosura de lo que a diario ven en sus enormes telescopios. Ignoramos si estamos o no solos en el Universo, pero no podemos obviar que solos o acompañados por civilizaciones a miles e incluso millones de años luz, somos unos pobres diablos, o reyes destronados, tanto más desdichados por cuanto, a diferencia de los animales, sabemos lo que nos espera, sabemos, como decía Heidegger, que somos seres para la muerte.
Sobre lo infinitamente pequeño, aunque sin microscopios, ya eran muchos los que, como Pascal (podríamos incluir aquí a los presocráticos) intuían ese universo tremendamente desconocido, aunque con toda probabilidad tan peligroso o más que el primero (no en vano las terribles epidemias que de cuando en cuando diezmaban poblaciones enteras, empezaban a considerarse, no azotes del maligno o castigos divinos, sino obra de 'bichos diminutos' con una enorme capacidad de contagio).
Si a esos dos universos, se le unía nuestro propio planeta, que de vez en cuando se ponía a temblar provocando seísmos, maremotos, inundaciones, incendios, sequías pavorosas, etc., el resultado era para echarse a temblar.
Hoy día, orgullosos con el racionalismo y el auge de la Ciencia, el hombre, sin embargo, ve con horror que, pese al Siglo de la Ilustración, los malditos nacionalismos, que casi han borrado de la faz de la tierra el Cosmopolitismo, siguen haciendo del mundo un eterno campo de batalla (la guerra Francoprusiana de 1870 abrió la Caja de Pandora que sigue abierta en Ucrania). Y, por si faltaba algo, en 2019 estallaba la pandemia de la Covid (algo impensable y que nos cogió a todos en paños menores). Los gobiernos reaccionaron, como casi siempre, tarde y mal. La Ciencia, una vez más, vino a nuestra ayuda. Salimos, mal que bien, luego de pagar un doloroso rescate en víctimas directas e indirectas. El problema es que, una vez más, hicimos oídos sordos a los avisos de los expertos. Al día siguiente todos andábamos pendientes de nuestras maltrechas economías y con los rusos amenazando las fronteras de Ucrania. Resultado: crisis económica sin precedentes y una guerra con halo atómico que por enésima vez es obra de un fanático visionario a quien no hay forma de parar; una guerra agravada por el hecho de una evidente falta de liderazgo a escala mundial, con presidentes en Estados Unidos, en Corea del Norte, en Brasil (por fortuna erradicado), auténticos hombres de paja, que en cualquier momento pueden provocar el Apocalipsis. Y, pese a todo, ¡oh, milagro!, la nave va…, aunque no sepamos adónde…

«Unos por derecho divino; otros por el derecho de los votos, e incluso algunos por creerse aquella cretinez de la sangre azul, van por la vida diciéndose investidos de un poder omnímodo»