Editorial

El fin de ETA no debe significar que sus crímenes queden impunes

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La decisión de la Audiencia Nacional de reabrir la investigación por asesinato del concejal del Partido Popular en Ermua Miguel Ángel Blanco, del que este año se cumplen 25 años, con el fin de esclarecer quiénes fueron sus autores intelectuales ha dado un halo de esperanza a las víctimas, que durante los últimos meses están observando cómo se está creando un contexto favorable a la excarcelación de los miembros de ETA que aún permanecen en prisión. Una vez que la vía política parece tener claros los objetivos, solo quedan dos frentes donde quienes sufrieron el zarpazo del terrorismo puedan tener cierta reparación de su daño: el judicial, con decisiones como la que conocimos ayer, y el del Parlamento Europeo, que también ayer sugirió que los crímenes de ETA anteriores a 2004 sean considerados de lesa humanidad para evitar que prescriban o sean objeto de una amnistía por parte del Gobierno de turno.

El fin del terrorismo etarra no puede significar en ningún caso que se dejen de investigar los atentados cometidos. El Centro Memorial de las Víctimas, un organismo del Gobierno ubicado en Vitoria, cuantifica en 311 los crímenes impunes en los 50 años que la banda estuvo activa, ya que los 66 anteriores a 1978 se consideran anulados por la Ley de Amnistía. El Estado tiene la obligación moral, y también jurídica, de intentar llegar hasta el final para identificar a los autores, materiales e intelectuales, de todos los asesinatos que llevó a cabo ETA. Cualquier otra actitud o cualquier freno a las investigaciones judiciales supondrían un intento de cerrar en falso la herida que la sociedad española no puede permitir.

Los ongi etorri (recibimientos) que cada preso etarra recibe en su localidad de nacimiento cuando sale de la cárcel suponen, además de un puñado de sal en la herida de las víctimas, la constatación efectiva de que no existe un verdadero arrepentimiento por todo el daño y el dolor causado, principio inexcusable desde el que tiene que edificarse la paz. Intentar hacer tabula rasa con lo ocurrido en esos años en los que convivíamos a diario con el terrorismo etarra, o escenificar un fin de lo que ellos llaman conflicto sin vencedores ni vencidos, supondría multiplicar el dolor que sufren unas víctimas que ya están padeciendo en sus carnes todos los intentos que existen por silenciarlas. 

Pasar página definitivamente al terrorismo requiere, en primer lugar, que culmine la investigación judicial de todos los asesinatos, pero también que las nuevas generaciones conozcan lo que ocurrió y el padecimiento de las víctimas. Si una de las dos cuestiones falla la herida se reabrirá tarde o temprano y sus consecuencias serán imprevisibles.