Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


La carta

04/01/2022

Como mañana es la noche de los sueños, resulta difícil no entornar los ojos y pedir un deseo a los Reyes (Magos). Al hacerlo, es complicado no pensar en la niñez. Quede tranquilo el lector, que la intención de esta columna no es que sea llorona ni sentimental. No va por ahí.
Los siguientes párrafos no están dedicados a recordar emociones pretéritas. Que si el frío que se pasaba al ver la cabalgata, que si el rey Baltasar era igualito al concejal del pueblo, que si había que dejar una copa de coñac al lado de los zapatos para el camello, etc, etc. No. Esta columna no hablará de la liturgia de esa noche.
Tampoco va a encontrar el lector una añoranza y rosario de juguetes de hace casi medio siglo. Ya sabe, que si el madelman, que si el fuerte de Comansi, que si las muñecas de Famosa, que si la Nancy…. Hablando de Nancy: vaya desde aquí un homenaje entrañable a Kent, su aparentemente cayetano novio. Un muñeco bien majete, pero al que sus diseñadores nunca le dieron la oportunidad de ir de la mano de su novia en los escaparates o anuncios de televisión. De Nancy, o de quien le diera la gana al chaval. Y sin esconderse.
Alguien dirá que eran otros tiempos. Y tendrá razón. En aquellos años (y seguramente en los siglos anteriores) los niños jugaban a lo que les daba la gana con lo que tenían. Y las niñas, jugaban a lo que les daba la gana con lo que tenían. Es decir, que a ambos sexos no se les obligaba a jugar con las reglas que dicta un Ministerio y su inquilino de turno. Por cierto, que no estaría demás saber a qué jugaban de pequeños y pequeñas, muchos ministros de la actualidad. Quizá se encontrarían contradicciones con lo que dictan ahora. O, quién sabe, el origen de algún trauma freudiano fácilmente superable.
Tampoco espere el lector un panegírico sobre el denostado carbón. Sobre la condena y escarnio familiar que ello conllevaba su llegada. Por cierto que, ahora, un poco de carbón o unos cuantos megavatios gratis, serían de agradecer.
La columna se acaba y llega el momento de descubrir su intríngulis (si es que lo tiene). No es otro sino recuperar el gusto por coger un papel y un lápiz, o un portátil y un teclado, y plasmar sobre el blanco del folio o de la pantalla, los sueños y deseos de cada uno.
De críos, la carta de los Reyes Magos era el primer campo de juego para juntar palabras. De convertir la tinta en imaginación. Esa era la auténtica magia de la Noche de Reyes. La inocencia, y el debut ante un espacio en blanco para plasmar los primeros sueños.
Escribir cartas a los Reyes (Magos) ya es completamente inusual y anecdótico. En estos tiempos, es más fácil escribir en el móvil a Amazon una noche como la de mañana, y esperar plácidamente a que llamen a la puerta con el regalo en una fea y aséptica caja de cartón.
Afortunadamente, sus Majestades de Oriente siguen existiendo (de hecho, alguno vive por allí), y se acordarán de aquellos que les escriben año tras año, aunque sea mentalmente. O de quienes, de pequeños, les mandaron una carta llena de inocencia. Ellos nunca olvidan al remitente.

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