Repetid cien veces: el PP ha ganado las elecciones

Carlos Dávila
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El PSOE ha disfrazado tanto la realidad que hasta califica la victoria de Mañueco de inestable, además de intentar propiciar la celebración de nuevos comicios

Fernández Mañueco obtuvo 31 escaños en los comicios del pasado domingo. - Foto: Claudia Alba (E.P.)

Pues sí, hay que repetirlo: el PP y Mañueco han ganado las elecciones del pasado domingo. Quizá hagan falta más veces. Es por lo menos curioso: la Moncloa, ha desplegado toda su enorme capacidad de manipulación e intoxicación, y ha logrado decididamente que el triunfo del PP sea una «amarga victoria» y el derrumbamiento del PSOE una «dulce derrota». Al más estilo clásico porque sus fontaneros no son unos manitas pero sí unos discípulos aplicados. Han clonado la reacción de sus mayores de 1996 cuando Aznar ganó a Felipe González y su especie envenenada ha cuajado por doquier. Y no solo en los analistas y medios afectos a la causa sanchista, sino en los que, es un suponer, podrían estar más cerca de los presupuestos ideológicos que defiende el PP. El pasado miércoles mismo me decía un diputado compungido: «A lo mejor, vamos a tener que pedir perdón por ser el primer partido de Castilla y León». Con razón. Los mensajes, tras el domingo electoral, son este: «El PP y Mañueco en manos de Vox» o éste otro: «No se descarta la repetición de las elecciones». Nadie -y cuando escribo nadie es que es nadie- resalta una victoria conseguida en las peores circunstancias posibles, sobre una campaña urdida sin piedad contra el candidato Mañueco al que se le ha dicho de todo, tanto que incluso se ha denunciado, con indecencia cierta, que él era el responsable del voto del membrillo cacereño Casero porque, es textual: «¡Se hizo coincidir con un adelanto electoral sin justificación alguna!»  

Naturalmente que, además, a Mañueco se le trata con una cierta condescendencia, casi como trata un papá a un hijo tontito. «Ha sido víctima -se ha dicho- de las malas decisiones de Casado». O sea: un monigote. Se empieza  por afirmar con enorme desahogo que el ahora presidente en funciones disolvió el Parlamento regional empujado y hasta obligado por la etérea calle Génova y después se anuncia, como previsión irrefutable, que Mañueco -el «gris Mañueco» se le ha bautizado- se va a someter con disciplina cartujana a lo que ordene el dúo Casado-Egea. Es decir, que pactará o no con el partido de Abascal según sean las conveniencias del partido nacional. Pues una idea: puestas las cosas en esta tesitura este cronista se atreve a ofrecer a Mañueco la sugerencia que un amigo personal, desgraciadamente desaparecido, me reiteraba casi a diario: «Los consejos en efectivo y por adelantado» lo que, trasladado a esta contingencia política que se vive ahora en Castilla y León puede quedar así: las recomendaciones nacionales no son ni mucho menos obligatorias, y para eliminar los susurros o gritos de los que se han situado como el oráculo de la situación, simplemente un sonotone sin pilas. Más que nada para confundir a los propaladores.

 

La encrucijada de Abascal

Más en serio aún: ¿es que resulta ilegal reconocer a Mañueco el mérito de la victoria? No lo van a hacer -de hecho no lo están haciendo- los rivales, este PSOE que no gana una elección en región alguna donde se presenta, y tampoco los presuntos asociados de Vox que, con la que pequeña diferencia de solo 18 escaños, se están presentando, como los árbitros indiscutibles de las posibles mayorías. Pocas veces se ha visto que el complemento directo, Vox, pretenda borrar al sujeto, el Partido Popular. Porque para Abascal y sus voluntariosos aspirantes regionales, los duques de la derecha radical (renunciamos a apodarles la ultraderecha) lo ocurrido el pasado domingo en estas provincias no es más que el ensayo general con todo de lo que se le viene encima al PP en pocos meses: Andalucía. La ufanía de Abascal advierte que su extraordinario resultado que nadie declara, es únicamente la muestra embrionaria de lo que, sin duda alguna, va a acaecer en toda España. Cuando el lunes pasado, y mirando al joven, ¡qué maravilla!, García-Gallardo, Abascal le hacía un requiebro de casi padre. «¡Qué cara, hijo, se te está poniendo de vicepresidente!», un hooligan de Vox me trasmitía esta fatuidad incontenible: «Y a Santi, ¡qué cara se le está poniendo de presidente del Gobierno de España!».

Quizá le falte un trecho por recorrer. Y un hervor. Contará desde luego para este recorrido con el auxilio de todo el aparato de propaganda del Gobierno volcado en una doble dirección: asentar el principio de que se trata de la ultraderecha más rabiosa pero, al tiempo, repartir la idea de que Vox es la muleta que aún sostiene al PP de Casado. Una auténtica trampa saducea. Este país, tan olvidadizo para lo que no quiere saber, no tiene la menor intención de recordar quién ha ganado en Castilla y León. Tanto se está disfrazando la realidad que hasta se califica la victoria de inestable y propicia para unas nuevas elecciones. Pero, hay que insistir: la fábrica de maldades del PSOE todos sabemos a qué juega y cuáles son sus no principios, pero ¿se entiende que por estupidez supina, por colaboración interesada con los promotores de esta nueva campaña, o por puro convencimiento, que de todo hay, se esté disimulando y más aún negando el resultado corto pero enormemente positivo (antes era el segundo, ahora es el primero) de Mañueco y sus gentes? Como decía galaicamente Franco (y no pido perdón por la cita) «O no se entiende o sea entiende demasiado bien». Esto es solo un anticipo de lo que le espera a Mañueco y al propio PP si al fin los tiempos demuestran que puede sacar de la Moncloa, uno de los palacios que okupa, a Pedro Sánchez Castejón.

Así que escolares todos, o sea votantes de toda España, repetid conmigo 100 o 1000 veces, hasta un millón: «El PP ha ganado las elecciones». Y se merece gobernar, los complementos son unos outsider, los enemigos una asociación de villanos sin cuento. Esta situación recuerda -decía- lo sucedido en aquel 1996 del que hemos hablado: Aznar ganó pero Felipe González y su recua mediática se adjudicaron la victoria o por lo menos su salida del poder se adjetivó de «dulce derrota». La de ahora de Sánchez es un aviso: su despedida firmada por el electorado está cerca. Repetid conmigo: «El PP ha ganado las elecciones».