800 años de un icono construido «deprisa, pero bien»

Agencias-SPC
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La Torre del Oro de Sevilla celebra sus ocho siglos de existencia convertida en un emblema de la ciudad, en sus orígenes como baluarte militar y actualmente como símbolo cultural y turístico

800 años de un icono construido «deprisa, pero bien» - Foto: Julio Muñoz

Con la soltura que da conocer un monumento histórico como la palma de una mano, la experta en patrimonio de Sevilla, Virginia López, sostiene que «la Torre del Oro ha sobrevivido porque fue construida deprisa, pero bien». Ese es, a juicio de esta especialista, el gran secreto de este emblema de la capital hispalense, y la clave que le permitió ayer soplar las 800 velas de su enorme tarta de cumpleaños.

Para celebrar esta fecha redonda, López evoca cada rincón de esta atalaya, que vio como se colocaba su primera piedra el 30 de marzo de 1220 por orden del entonces gobernador almohade de Sevilla, Abù l-Ulà, que se la entregó a la ciudad completamente terminada el 24 de febrero de 1221, cerrando las obras pero abriendo la leyenda en torno a este baluarte, otrora defensivo y hoy cultural y turístico.

Licenciada en Historia y Graduada en Historia del Arte, así como fundadora de la empresa Paseos por Sevilla, esta apasionada del pasado se dedicada a difundir el patrimonio de la ciudad. Y por ello admite que, efectivamente, la leyenda ha perseguido siempre a esta torre, de la que se dijo que debía su nombre a las ingentes cantidades de metal dorado que guardaba en su interior o al oro que recubría su fachada.

«Nos gusta pensar que era un almacén de oro, que de ahí venía su nombre y su leyenda, pero en 2005 la restauración que dirigió Fernando Amores descubrió el material con paja prensada y mortero especial que la recubría, que con el resplandor de la caída del sol provocaba un color dorado que le dio nombre a lo largo de los siglos», explica.

Ese año se llevó a cabo la que hasta hoy es su última rehabilitación, «aunque no estaba en mal estado», a diferencia de cómo se encontraba en el siglo XIX, cuando «no tenía uso alguno y se encontraba en ruinas, de modo que se optó por derribarla, pero los sevillanos de la época se negaron y las autoridades tuvieron que cambiar de idea» hasta que en 1900 se hizo un importante trabajo y en 1931 se declaró Bien de Interés Cultural.

Otro paso que la historiadora recuerda como básico para mantenerla en pie y en buen estado se dio el 21 de marzo de 1936, cuando una orden del Ministerio de Marina, a propuesta del Patronato del Museo Naval, hizo que se instalase el museo que sigue ocupando las plantas baja y primera de la torre, que tardó ocho años en abrir sus puertas, ya que antes se mejoró el aspecto de la fachada y se prepararon las salas, «y desde entonces parece que se ha garantizado una buena conservación».

Con todo ello, la Torre del Oro se ha convertido en un símbolo de la ciudad, con permiso de la Giralda, que, aparte de tener más edad, es quizá lo que más se fotografía cuando se sube a su mirador, desde donde se tiene una panorámica inmensa de la parte alta de la catedral, con una elevación de casi 40 metros. «Llama mucho la atención que esté pegada al río, porque se ve desde Los Remedios -la barriada justo enfrente- con la Giralda detrás, y suscita mucha curiosidad entre los visitantes, que preguntan cómo se construyó, para qué, e incluso si se hizo para tener viviendas en su interior», pero lo que más se aclara siempre es que no guardó oro -o quién sabe- y que no fue edificó con azulejos dorados.

«A la gente le gusta la leyenda, pero tiene ganas de investigar para saber la verdadera historia, mas allá del mito», subraya López, mientras recorre poco a poco, como si nunca la hubiese visitado, un baluarte que formaba parte de las murallas que defendían la ciudad con el río a sus pies, y que va camino de su primer milenio en plenitud de forma, con una salud de oro. 

 

Carácter inexpugnable

Por su situación autónoma, altura y el dominio que ejercía sobre el río, esta atalaya tuvo una verdadera importancia defensiva en el asedio de Fernando III. Además, estaba dotada de trabuquetes, ballestas de torno y hondas que, con arqueros y soldados, la hacían casi inexpugnable, no habiendo sido nunca tomada al asalto.

En resumen, esta fortificación no fue una obra planificada de forma aislada, sino que su construcción forma parte de un programa para reforzar el sistema defensivo de Isbiliya (la Sevilla islámica), concluido el 14 de febrero de 1222, en una época donde los avances cristianos ponían ya en peligro la propia existencia del mundo andalusí. 

De hecho, y en relación con esto último, poco tiempo estuvo la Torre del Oro en manos de sus creadores, ya que en 1248, y tan solo 27 años después de que se terminara, la ciudad cambió de manos.