El rosal de Trinidad. Vivo sin vivir en mí

Enrique García Gómez*
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Esta planta sobresaliente, que ha dejado de formar parte del patrimonio de la ciudad de Toledo, aún vive, pero no en su lugar de origen sino a 1.320 metros de distancia en línea recta, cruzando el Tajo a vuelo de pájaro

El rosal de pitiminí del Cigarral de Amira en abril de este año.

Hace poco más de un mes escribíamos de la mutilación y muerte de un rosal monumental, de la caída de un símbolo vegetal que ha desaparecido de nuestras vidas por una descuidada gestión. Nos referíamos al Rosal de Trinidad, una de las últimas plantas sobresalientes que ha dejado de formar parte del patrimonio de la ciudad de Toledo.

Sin embargo, hoy podemos decir que aún vive, pero no en su lugar de origen sino a 1320 metros de distancia en línea recta, cruzando el río Tajo a vuelo de pájaro. Puede parecer una incongruencia, pero es así. Veamos.

Corría el año 1954 cuando Lorenzo Sánchez de los Infantes, en aquellos momentos portero mayor del colegio de San Servando, plantó el Rosal de Trinidad. Él, junto con su familia, vivía en el interior del colegio, lo que hoy día es la Delegación Provincial de Hacienda y Administraciones Públicas (antiguo palacio de los condes de Oñate). Las dos ventanas que existen a la izquierda de la puerta principal, una a cada lado de los restos del rosal, eran las que daban al comedor y a un dormitorio de su casa. El colegio de San Servando tenía dos sedes: una en lo que es el palacio provincial de la Diputación, donde estaban los más pequeños, y otra en el edificio que nos ocupa, donde se formaban los mayores.

Original del epitafio de Amira en el museo de Santa Cruz.Original del epitafio de Amira en el museo de Santa Cruz. - Foto: María del Carmen Sánchez Pérez GruesoEse año plantó el rosal referido: esa pequeña jardinera era su jardín, de él y de los cientos de personas que desarrollaban su actividad en el interior del edificio. Lo cuidaba, lo regaba y lo mimaba, hasta conformar un elemento patrimonial casi de la talla y prestigio de la puerta vecina.

El colegio se cerró en 1959, pero Lorenzo siguió viviendo ahí durante un decenio más. Entre sus quehaceres estaba la atención de las necesidades interiores del edificio… y el cuidado del rosal.

Años más tarde, en 1971, su hija, Mari Carmen Sánchez, y su marido, José García, compran el 'Cigarral Alto', que se dividiría posteriormente en tres. El mayor de estas particiones quedaría en su propiedad, pasando a denominarse 'Cigarral de Amira'. Este nombre se debe a la princesa árabe Amira, hija de Muhammad ibn Muhriz (siglo XI).

En el cigarral se encontraba una lápida de mármol rosado con el epitafio de Amira, con unas dimensiones de 140 cm de alto x 40 de ancho x 24 de grosor. Actualmente esta lápida se encuentra en el Museo de Santa Cruz, de Toledo, en cuya placa se indica que fue donada por don José García Miravete, si bien en el cigarral hay una réplica exacta. Además, en la parte inferior de la piedra, bajo la inscripción, existe un hueco que se ha interpretado como contenedor de reliquias. Por determinados restos que se aprecian en la pieza hay quien piensa que se puede tratar de elemento cristiano visigodo, reaprovechado en época islámica.

Pero no nos perdamos, volvamos a lo que nos interesa.

Una de las primeras cosas que los nuevos propietarios hicieron tras la compra del cigarral, años 1971-1972, fue plantar un rosal de pitiminí (Rosa banksiae). No era un rosal trepador cualquiera, era ¡una estaquilla del Rosal de Trinidad! Don Lorenzo Sánchez, padre y suegro de los propietarios, el artífice de la plantación del rosal original, a partir de un esqueje lo reprodujo y lo plantó junto a la valla del cigarral.

El rosal está plantado en el interior, pero como si quisiese mostrar su lozanía y vigor a todos los viandantes, se eleva por encima del muro y se muestra en esplendor en la parte externa, a la derecha de la puerta de acceso, junto a unas madreselvas plantadas afuera.

Como procede de un esqueje o estaquilla, la planta producida es un clon. Quiere esto decir que genéticamente es idéntico del individuo del que procede. Es decir, el Rosal de Amira es el mismo individuo que el Rosal de Trinidad. El mismo ser en dos lugares distintos.

Esta situación, que puede parecer extraña o difícil de entender, nos retrotrae a esos versos que escribieron tanto san Juan de la Cruz como santa Teresa de Jesús, religiosos y poetas que vivieron en el siglo XVI, y que empiezan así:

«Vivo sin vivir en mí,

y tan alta vida espero,

que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí…»

No todo está perdido. Es posible que el día de mañana, setenta años después, podamos disfrutar del mismo rosal que creció, vivió, floreció y murió allí, en Trinidad.

(*)Enrique García Gómez es doctor en Medio Ambiente.Vicedecano del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos.