Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Bellotas y castañas

03/12/2020

La naturaleza nos está ofreciendo unos días tan bonitos de otoño, lluvioso y templado, que invitan a pasear por el campo entre las encinas. Vas conociendo a los árboles más dulces, a los que regalan las bellotas más grandes y relucientes o las que mejor se descortezan y mondan. No hay paseo en este tiempo sin bellotas en los bolsillos del tabardo o del chubasquero. Los soldados romanos creo que también llevaban bellotas en su mochila pero parece que con otro fin: conservar los montes dispersando simiente de nuevos árboles.
El consumo de bellotas por las comunidades campesinas mediterráneas como estrategia para asegurarse alimento se ha mantenido desde los pueblos prerromanos hasta casi hoy, lo que requería organizar actividades de recolección, secado, almacenaje, molienda, tostado y cocinado previas a su consumo como pan, galletas o gachas. En un interesante trabajo, sobre paleoetnografía del consumo de bellotas, el investigador Pereira Sieso considera que estos productos de las frondosas del género Quercus podrían explicar la gestión agroforestal del territorio, las dehesas, por las comunidades campesinas para hacer frente a la incertidumbre de las cosechas, dependientes de la meteorología, y lograr sobrevivir.
Sin embargo, la bellota no es protagonista de una celebración, o yo no tengo noticias, como lo es la castaña en la fiesta del magosto, cuando los vecinos se reúnen para comerlas asadas en las hogueras de Todos los Santos. Domínguez Moreno en su investigación sobre Las Hurdes lo relaciona con el mundo pastoril celta, cuando los pastores volvían con los rebaños para refugiarse del invierno, encendían las primeras hogueras para calentarse y celebraban la recolección de castañas, el último alimento que les ofrecía el bosque hasta la primavera.
Algunas pintorescas manifestaciones culturales tradicionales nos parecen debidas a la mera creatividad humana y las asumimos como parte de la rica diversidad cultural del mundo. No obstante, como ya el materialista cultural Marvin Harris nos hizo ver, lo que consideramos incógnitas culturales suelen tener una razón pragmática que le da más importancia a elementos económicos, ecológicos o técnicos, que procuran la subsistencia de la gente, y no le concede tanta a los ideológicos o religiosos. Harris demuestra como la prohibición del sacrificio de vacas en La India  procura la eficiencia de los recursos escasos con el mínimo consumo de energía. Los animales son más útiles vivos que muertos porque proveen de tracción animal, más barata que la maquinaria, y sus excrementos sirven de combustible, para calentar y cocinar, de material de construcción y de fertilizante para los campos. Fue una decisión racional, aunque luego también se invocaran argumentos religiosos, la prohibición del consumo de cerdo, omnívoro que competía con los humanos por los escasos alimentos del desierto. Reportaba mayor beneficio la cría de ovejas y cabras que se alimentaban de plantas que no le sirven al hombre de alimento que la de cerdos que amenazaba a la continuidad de la comunidad.
Aunque no pocas veces retorcemos nuestra lógica de actuación personal, hasta la tortura más cruel, para tratar de hacernos pasar como racionales, dentro de un sistema cultural las conductas tienen una función práctica y obedecen a razones que ayudan a perdurar al sistema.