Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Sin vergüenza

24/04/2022

Apenas comen, pero cuando llega la noche nunca falta la jarra de barro repleta de vino para acompañar a las viandas. El ciego, confiado tras dar un trago bajo unos árboles a la orilla del Tormes, la deja siempre en el suelo mientras saborea algún que otro manjar, momento que aprovecha el lazarillo para disfrutar de un par de besos callados antes de devolverla a su lugar. El amo pronto se percata de que cada vez hay menos zumo de uva y decide agarrar el recipiente por el asa para evitar tentaciones. No ve, pero su sexto sentido le sugiere que es el chico el que está bebiendo a escondidas.
Pasan los días y el lazarillo sueña con volver a mojar sus labios con el elixir de Baco. Halla una solución tras arrancar una paja larga de centeno con la que se las ingenia para ir poco a poco chupando. Los tragos le saben a gloria, pero el deleite dura poco, ya que pronto el ciego se da cuenta de que algo está pasando y deposita la jarra entre sus piernas, tapándola con las manos.
El invento succionador ya no sirve, así que el crío busca una nueva treta para seguir bebiendo vino. Hace un pequeño agujero en la base de la vasija que opta por tapar con una fina tortilla de cera. Cuando ambos están frente a la hoguera, advierte al invidente que tiene frío y se acurruca entre sus piernas. El fuego derrite la cera y surge una sutil fuente que deja sin vino a un amo que maldice sin entender qué es lo que está sucediendo. «¿No diréis que lo bebo yo? Lo tenéis agarrado y tapado con la mano». El ciego toquetea la cerámica con sus dedos, acaricia cada centímetro, hasta que encuentra el pequeño orificio. Guarda silencio, sin levantar la liebre, y al día siguiente, cuando el pícaro se acerca a la lumbre, la cera se derrite y disfruta de nuevo del licor con los ojos cerrados, eleva con sus dos manos la jarra para estampársela en el rostro, rompiéndola en pedazos y dejando al lázaro herido y sin varios dientes.
La novela picaresca surgida en el siglo XVII, narrada en primera persona de manera autobiográfica y que impulsó la literatura moderna, ha sido superada en las últimas semanas por la realidad con dos casos que han sacado a la luz el cariz más ladino de aquellos que se comen las uvas de los que no pueden ver.
El primero es el de Luis Medina y Alberto Luceño, a los que la Fiscalía Anticorrupción señala por las presuntas comisiones millonarias, que llegaron a los seis millones de euros, cobradas al Ayuntamiento de Madrid por la consecución y posterior venta de material sanitario durante la primera ola de la pandemia, concretamente marzo de 2020. Entre los delitos que se les imputan está el de estafa agravada, blanqueo de capitales o falsedad documental. Las comisiones, que fueron de entre el 60 y el 80 por ciento, están en el punto de mira, y, aunque Medina defiende que todo lo que se llevó a cabo fue legal, el contenido de la querella es demoledor.
Según ha trascendido, el hermano del duque de Feria consiguió el contacto para que su amigo, sin experiencia alguna en el sector sanitario, rubricase tres contratos: uno de mascarillas; otro de guantes de nitrilo, que eran de una calidad pésima; y el último de test rápidos, de los que la mayoría eran defectuosos. Las operaciones se llevaron a cabo por un importe superior a los 11 millones de euros que desembolsó el Consistorio, mientras que Luceño percibió 4,6 millones que empleó para adquirir varios relojes de lujo, vehículos de alta gama, así como estancias en un hotel de Marbella y una vivienda en Pozuelo de Alarcón con tres plazas de garaje. Medina, por su parte, que hoy sólo tiene en su cuenta algo más de 200 euros, adquirió un velero y dos suculentos bonos bancarios. El altruismo por el que sostenían haber actuado sirvió de parapeto para su enriquecimiento.
El segundo caso en el que la realidad ha superado a la ficción es el que se refiere a las comisiones que se abonaron a la empresa Kosmos, propiedad del jugador del FC Barcelona Gerard Piqué, por interceder, siendo parte de la competición, para que la Supercopa de España se celebrase en Arabia Saudí. Los audios filtrados dejan entrever el compadreo existente entre el capitán del Barça y el presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, que, aunque niegue la mayor en una rueda de prensa de más de dos horas de duración, sale manchado de un negocio que pone en entredicho la ética de una operación que favorece a los dos grandes del balompié nacional, aumenta el sueldo variable del propio Rubiales y que deja en el aire muchas dudas e interrogantes, ya no sólo por este contrato, sino por posibles tratos de favor o ayudas a la hora de conseguir plazas o vacantes en divisiones inferiores o para meter presión a los entrenadores encargados de hacer las convocatorias del equipo nacional. El conflicto de intereses es evidente.
Los cientos de casos de corrupción y negocios opacos que se han registrado en las últimas décadas, algunos muy sonados, reflejan el estereotipo de ciudadanos sin vergüenza ni control. La sociedad, que aparentemente ha cambiado tanto desde las andanzas del ingenuo lazarillo, se ha transformado en un universo de grandes timadores. La ciudadanía está harta de una falta de honradez que resulta insoportable.