¿Cómo queda la cosa tras la claudicación de Pedro Sánchez destituyendo a la directora del CNI? Mal. Un cierre en falso. Los separatistas, socios insaciables del Gobierno, siguen exigiendo más. Y ése más tiene un nombre: Margarita Robles. La ministra de Defensa, que ha entregado mucho de su crédito político en este asunto a cambio de nombrar como nueva directora de los Servicios Secretos a una persona de su confianza, es probable que no haya conseguido más que retrasar su propio sacrificio.
Los socios de Podemos, ministros algunos del Gobierno, andan filtrando que después de las elecciones andaluzas Pedro Sánchez prescindirá de ella. Quizá confunden deseos con realidad. Pero conociendo la trayectoria de Pedro Sánchez y la frialdad con la que ha ido deshaciéndose de algunos de los colaboradores que le habían acompañado en los días amargos de su particular travesía del desierto, nadie está seguro a su lado sí entiende que su continuidad en La Moncloa peligra por la desafección de sus socios parlamentarios.
La cercana cumbre de la OTAN a celebrar en Madrid, reunión en la que la ministra de Defensa está llamada a tener un papel destacado, --sin ir más lejos la próxima semana viajará a Washington para entrevistarse con su colega el secretario de Defensa norteamericano-- la convierte en intocable. Provisionalmente. Porque el objetivo prioritario de Pedro Sánchez es su propia supervivencia política y la clave la tienen los de Esquerra Republicana y Bildu. Que aunque sobreactúan teatralizando sus desplantes no dejan de sembrar incertidumbre respecto de la continuidad de la legislatura.
Sánchez ha hecho que Robles destituyera a Paz Esteban como directora del CNI a sabiendas que en el espionaje a varios dirigentes separatistas el Centro se había limitado a cumplir con lo establecido por la ley. Fue elegida como fusible para tratar de rebajar la tensión. Pero la tormenta continúa. En este asunto todos han quedado retratados.