Sufrir un inctus en plena pandemia

F. J. R.
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Los infartos cerebrales suponen la segunda causa de muerte en España, la primera en mujeres. A la incertidumbre y las secuelas hay que sumar ahora la alta probabilidad de contagiarse de Covid durante el ingreso y el sufrimiento de padecer aislamiento

Sufrir un inctus en plena pandemia - Foto: Yolanda Lancha

En la jornada de hoy se celebra el Día Mundial del Ictus. Se trata de una enfermedad que supone la segunda causa de muerte en España, la primera en mujeres. También es la primera causa de discapacidad adquirida en adultos y la segunda causa de demencia. Sólo mencionar su nombre ya asusta. Es una enfermedad terrible que golpea con fuerza a paciente y familiares. Y en tiempos de coronavirus es mucho peor.

Iluminada tiene 93 años y el pasado 14 de octubre comenzó a sentirse mal. Un fuerte dolor de cabeza la despertó de la siesta y cuando una de sus hijas acudió a levantarla descubrió que no podía ver. Tampoco podía levantarse y no dejaba de dolerle la cabeza y escuchar un fuerte zumbido. Sus familiares, alertados, llamaron al médico de Urgencias de su centro de salud, que rápidamente se desplazó para asistir a la paciente. Realizadas las primeras comprobaciones, los peores temores parecían confirmarse e Iluminada fue trasladada al Virgen de la Salud para hacerla las pruebas que determinaran que había sufrido, como todos temían, un ictus.

Los pasillos de Urgencias estaban plagados de pacientes, tanto de las habituales dolencias como de infectados con coronavirus. Fueron unas horas complicadas. Sola en una camilla a la espera del dictamen médico. Sin poder ver, confusa y sin tener cerca a ninguno de sus hijos para tranquilizarla. Tras varias pruebas se confirmaron los peores presagios, Iluminada había sufrido un infarto cerebral que le había afectado a la vista y al equilibrio. Las próximas 72 horas eran cruciales para ver su evolución y descartar nuevos ictus que pudieran complicar más aún la situación o, incluso, hacer peligrar su vida.

Tras más tiempo del deseado en los pasillos de Urgencias, Iluminada recibió cama en el hospital geriátrico del Valle. Se trata de uno de los centros hospitalarios con más casos de coronavirus entre pacientes y personal, y con una elevadísima tasa de mortalidad durante la pandemia por la edad de sus internos.

Justo el día que ingresó se prohibió el acceso de toda persona que no fuera paciente o trabajador. Tras el Puente del Pilar los casos habían repuntado, y la situación en el Valle comenzó a dispararse. Tras un paso por el gimnasio del centro, Iluminada fue trasladada de planta hasta en dos ocasiones por los brotes de coronavirus. Sus hijos solo podían saber de su estado gracias a una llamada telefónica diaria del médico. Los fines de semana no había contacto alguno, salvo grave empeoramiento. Todos cruzaban los dedos para que el teléfono no sonara en sábado y domingo.

Transcurridas las críticas primeras 72 horas, no se le repitió ningún infarto. Iluminada se ha quedado con secuelas en la vista y el equilibrio. La cuesta ponerse y mantenerse en pie, pero puede andar con ayuda. Recibió el alta el pasado lunes tras 12 días ingresada. Su caso no ha sido muy grave. Ha tenido suerte y se ha podido librar del coronavirus con una PCR negativa. Para ella, lo peor era la soledad de estar ahí dentro y el sufrimiento que se acumula en los pasillos. De positivo solo se lleva la buena acción de una enfermera, que realizaba videollamadas a los familiares para que la vieran y se tranquilizaran. Un pequeño gesto que, en esas circunstancias, habla mucho de la calidad humana.