Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Sabía

02/06/2020

Aunque él mismo decía que era chiquitejo, más bien poca cosa, como un mosquito, de joven había tenido la fuerza suficiente para levantar en brazos el yunque de un herrero. Sabía de liebres, conejos y alimañas. Sabía el canto, el vuelo, las costumbres de todas las aves de la llanura, y sabía hacer trampas ingeniosas con palos y alambres, y por eso acababan en el puchero a la tercera que se cruzaban en su camino. Sabía de azadas y surcos de huertos, de aires benignos y malignos, de soles porque los había memorizado en la piel, de lluvias, cercos de luna y piedras de rayo. De madrugadas, sobre todo de madrugadas. Sabía de podas, de hierbas y frutos, sabía que donde no hay mata es inútil buscar patata, y puede que hasta supiera para qué sirve la flor del saúco. Sabía usar las manos y, a su modo, la cabeza. Sabía hacer escobas con jaramagos atados con pitas de colores que tensaba en un granado, y reclamos para pájaros con hueso y cuero y resina, y sabía hacerlos cantar. Sabía que si le ponía una pinza de la ropa a la pernera de los pantalones podría montar en bicicleta sin ensuciarlos con el aceite de la cadena.

Sabía cómo apilar troncos y luego desbaratar la pila de una patada para que todos saliesen rodando como en los dibujos animados, sabía hacer nudos corredizos y que se deslizasen con suavidad untando grasa en la soga, sabía hacer cuñas de madera con la navaja y sabía cómo utilizarlas en mecanismos de estrangulamiento, sabía que su peso no era mucho y que la resistencia de las ramas de la higuera del corral era considerable. Sabía que tenía 89 años, una mujer que necesitaba cuidados; sabía que ya no tenía fuerzas para mover pesos muertos.

No creo que supiera quién era Miguel Delibes, ni mucho menos que era la imagen de uno o muchos de sus personajes encarnada en la planicie manchega toledana. Tampoco creo que supiera que tenía un admirador, también hombre de campo y caza, de cepas y vinos, de galgos y de hurones, de gachas y cocidos de machos; un hombre sobrepasado por su época, fuera de tiempo (si es que alguna vez hubo un tiempo para que ese tipo de individuos pudiera considerarse dentro), sin filtros, un exiliado del pueblo a la ciudad con fracaso en el intento de vuelta atrás. Un admirador que me dijo:  - ¿Te acuerdas del tío que vimos aquella vez en la plaza, en bici, con pinzas en los pantalones? Sabía cómo matarse.