Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


El tío Genaro

15/06/2021

Al retablo del realismo mágico manchego habría que añadir al tío Genaro, un hombrecejo que se deja ver por los pueblos de la linde sur de Toledo. Especialmente, por el conocido como centro geodésico de España.
El tío Genaro es molinero, y por eso siempre va salpicao de harina. Gasta blusón, pañuelo en la testa y pantalones de pana gruesa que, de vez en cuando, cubre con antiparas. De su rostro quijotesco llama la atención su extremada delgadez, su ojo izquierdo casi cerrado, y un denso mostacho rechivao. Su hablar es pausado y cerrado. Casi inteligible y repleto de mancheguismos locales de antaño. Cuando se dirige a alguien, más que hablar, sermonea. Y al que no le hace caso, le enseña su vara de avellano, que él llama cariñosamente ‘despabilina’. Dice que, en buenas manos, quita ‘toas las tontás’.
Al tío Genaro no es fácil verlo por el pueblo. Y cuando se le ve, es porque él quiere. Siempre va cargando los sacos de harina que salen de su molino. Porque el tío Genaro tiene molino y quizá, uno de los mejor conservados de toda La Mancha. No se sabe si viene, o va con los sacos. Y es mejor no preguntar cuándo volverá a dejarse ver por la villa toledana. Porque el tío Genaro, al igual que Paquito el relojero en el relato de Torrente Ballester de ‘Los gozos y las sombras’, siente una voz interna que le hace recorrer las calles y hablar a todo el mundo que le para. Y como su homólogo gallego, nada ni nadie puede refrenar ese impulso.
Quien ha estado en su casa, no la olvida. Cualquier esquina puede darte una sorpresa porque está repleta de maniquíes a los que, con la habilidad de una marinero y la sapiencia de un molinero, les mueve las extremidades con nudos, cuerdas, pesos y contrapesos. Lo hace con tal habilidad, que los maniquíes parecen autómatas. Como madamas de Blade Runner.
En estos meses en los que llega el buen tiempo, el tío Genaro congrega en el corral de su casa a la parroquia. Les da un poquejo vino, buen queso y algo de limoná para aliviar la canícula nocturna. El solo pide a cambio que le escuchen, y que alguno de los presentes le lea algo. ‘Lo que quieeeeraaassss’, les dice con esa exageración de alargar las sílabas.
Antes de la pandemia, colocó un tirachinas enorme en la plaza del pueblo. A todo el que pasaba, les decía que si querían ir a la luna. Que él les mandaba gratis. Solo pedía que, a la vuelta, le contaran lo que habían visto. Un propio le dijo que estaba dispuesto y preguntó que cómo volvería desde tan lejos. Y, el tío Genaro contestó: ‘eeeso es looo de meeenos, amaaanteeee’.
Ahora que dicen, otra vez, que hemos vencido al bicho, me acuerdo del tío Genaro. Será una buena señal verle y le preguntaré si se ha vacunado. Recordaré con él a los vecinos que el puto Covid se ha llevado. Le pediré que les dedique algo pronto, de su arte y sabiduría molinera.
Me gustará decirle al Tío Genaro que tiene que ser de todos, y no de unos pocos presuntos amigos onanoilustrados. Que haga caso omiso a cantos de Salamandra y permanezca firme como la piedra de su molino. Ajeno al paso del tiempo para que, generación tras generación, en los linderos sureños de Toledo, se siga hablando de él con cariño y respeto.
Seguro que el tío Genero me escuchará y dirá que él, siempre, seguirá haciendo pan y sacando sonrisas a sus paisanos. Guárdame una hogaza.