Sin innovación no hay sostenibilidad posible

Antonio Villarroel*
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Sin innovación no hay sostenibilidad posible - Foto: Eugenio Gutiérrez

El sector obtentor de semillas, agrupado en la International Seed Federation (ISF), ha celebrado la pasada semana en Barcelona su congreso mundial, en el que han participado 1.500 delegados y 400 empresas de más de 60 países. Allí hemos tenido oportunidad de discutir, con la presencia de numerosos expertos internacionales, los principales retos y amenazas que afronta nuestro sector, la agricultura y el conjunto de la sociedad para asegurar un modelo sostenible de producción agroalimentaria.

La nuestra es la primera generación en la Historia de la humanidad que ha adquirido plena conciencia de los límites del planeta. Casi de repente, hemos descubierto que los recursos naturales de los que dependemos son finitos, y los estamos agotando. En particular, la tierra cultivable que necesitamos para producir nuestros alimentos. 

El reto que afrontamos en los próximos años es mayúsculo: como consecuencia del incremento de la población mundial (seremos casi 10.000 millones de personas en 2050, el doble que a principios de siglo) y del aumento del nivel de vida, vamos a tener que aumentar en un 50% la producción mundial de alimentos. Pero el problema es que ya no tenemos más tierra disponible para cultivar si queremos preservar, e incluso aumentar, los espacios naturales, la vida salvaje y la biodiversidad. Con el nivel actual de productividad agrícola, no solo arrasaríamos todos los bosques y selvas que quedan en el planeta, sino que agravaríamos la otra gran amenaza que va a condicionar nuestras vidas: el cambio climático y su consecuencia, el calentamiento global.

Así las cosas, la cuestión esencial es: ¿cómo vamos a producir (mucho) más con menos recursos, preservando al mismo tiempo el medio ambiente y sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para resolver sus propios retos? Solo hay una respuesta a este desafío: la intensificación sostenible por medio de la innovación.

Puede parecer un milagro, pero de hecho ya ha ocurrido: estudios de la FAO demuestran cómo la producción global de alimentos en el mundo se duplicó a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo XX, hasta alcanzar, en el caso de algunos países desarrollados, un aumento del 150%. Pues bien, aproximadamente el 60% de ese incremento de la productividad se debe a la mejora genética de semillas y plantas; especies fundamentales de las que depende nuestra alimentación, como el trigo, el maíz o el arroz, han venido aumentando espectacularmente su productividad, hasta triplicar sus rendimientos, o incluso quintuplicarlos, en el caso del maíz. Numerosos estudios demuestran que esta tendencia no solo no se ha reducido, sino que ha seguido en ascenso a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XXI.

 Así, la mejora genética de plantas constituye la principal herramienta de que disponemos para poder despejar la compleja ecuación de cómo producir más con menos recursos. Además, las contribuciones de la mejora vegetal van mucho más allá de incrementar los rendimientos, ahorrando así suelo: permiten también reducir el uso de fertilizantes y fitosanitarios al ofrecernos variedades más eficaces en la absorción de nutrientes o más resistentes a enfermedades y plagas; reducen el consumo de agua; desestacionalizan cultivos, asegurando el suministro de alimentos a lo largo de todo el año; mejoran las características nutricionales y organolépticas de frutas y verduras; y, -acaso lo más importante en los próximos decenios- desarrollan variedades capaces de adaptarse para seguir produciendo en condiciones ambientales cada vez más hostiles, como las que ya está provocando el cambio climático. 

El reto es mayúsculo, pero podemos ser razonablemente optimistas. Los últimos avances científicos y tecnológicos en campos como la inteligencia artificial o la biotecnología, incluida la edición genética, pueden revolucionar no solamente la sanidad y la medicina, sino también la agricultura y nuestra forma de producir alimentos. La investigación científica y la innovación tecnológica permiten que se puedan acelerar los procesos de obtención de nuevas variedades, más productivas y capaces de dar respuesta a nuestras necesidades; y eso mientras respetamos -e incluso mejoramos- nuestro medio ambiente, reduciendo el impacto de la actividad humana en la naturaleza.

Frente a ello, parece sencillamente increíble que todavía sigan alzándose voces que abogan por retornar al sistema de producción agrícola medieval, un modelo frívolamente idealizado, reactivo a la tecnología y alérgico a la innovación. Esperemos que no prospere porque si fuera así, más allá de estrategias de marketing o de caprichos de urbanitas bien alimentados, acabaría condenando a buena parte de la humanidad y el planeta a la miseria. 

Sencillamente, y sin exageraciones, va en ello la vida de muchísima gente.

*Director General de ANOVE (Asociación Nacional de Obtentores Vegetales)