Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


El toro

20/09/2022

Desde mi manchega atalaya, en el centro geodésico de la piel de toro, ejerzo de centinela. Desde hace años guardo estos caminos. Velo por ellos y por quienes los transitan. Les recuerdo que aquí he estado -y estaré-, siempre. Porque soy algo más que una pincelada negra en el paisaje. Soy  raíz e historia de esta tierra.
Estoy en el cruce de los caminos que llevan de la imperial Toledo a los llanos albaceteños. Y desde la manchega capital del reino, a mi cuna jerezana. Soy bravo y noble. Orgulloso y a la vez humilde. Encastado y de buen hierro, como la gente de estos lares.
No soy el único que guarda esta tierra llana. En Toledo éramos cinco con mi divisa, pero ya solo quedamos cuatro hermanos. El más cercano campea cerca de mí, y responde al nombre de 'Temblequeño'.
Los otros dos hermanos toledanos están marcados con el nombre de 'Valmojado' y 'Cabañas'. Este último es el más pamplonica porque luce, el siete de julio en su cuello, un pañuelico sanferminero.  El que ya no está se llamaba 'Malpica', y pasó a mejor vida en una faena que le hizo una cuadrilla de tratantes de tierras.
A mí me llaman 'Barrudo' y estoy orgulloso de mi nombre y de mi número, el ciento diecisiete. Saludo todos los amaneceres, desde mis catorce metros de altura, a la Villa en la que pasto y resido. Bebo con mesura de su Amarguillo y de los pozos cercanos. Respiro su aire manchego, y presumo del infinito horizonte que vigilo y protejo. En los días claros nos vemos y saludamos todos los hermanos, con un mugido mudo, y un imperceptible movimiento de los veletos pitones. Solo aquellos que sueñan con nosotros, y con nuestro viento en su cintura en una apretada chicuelina, disfrutan con el saludo.
En las noches abiertas me descuelgo de mis andamiajes y recorro estos campos con la hidalguía que corresponde. No busco franela ni percal. Solo hacer la luna y ejercer de lo que soy. Un ser mitológico en busca de la libertad y del respeto que a menudo me privan, y que merezco desde el origen de los tiempos. Como el viento, soy indomable y gobierno estos campos para sentirme señor y esclavo de ellos.
En las noches oscuras y largas, vuelo en el aire como un torbellino zaíno. Como una revolera rematada con serpentina. Y así me entrego a la tierra que amo, y a la que me debo. Transmito historia y emoción. Lucha y señorío. Belleza y dulzura. Arte y sentimiento. Vida y muerte en mi lámina y estampa. Señor de dehesas, arroyos y olivares. De riberas, montañas y ríos.
Gusto reunirme en esas noches oscuras con mis hermanos. Ellos también se descuelgan, en esas azabaches horas, de sus hierros y clavos. Y así, libres, nos emplazamos en los campos de estrellas, y soñamos la faena eterna. Manada que tira del carro en el techo del universo.
Ya les dije que me conocen como Barrudo. Y mentiría, si no dijera, que soy muy respetado. Quizá el que más, por mi prestancia y privilegiada ubicación. Cuando cruce mis dominios, sepa que estoy para guiarle. Para recordar dónde está el viento, el cielo y los horizontes.
Los que yo guardo, son los más infinitos.

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