María Dolores de Cospedal -expresidenta de Castilla-La Mancha, exministra de Defensa, exsecretaria general del PP y sobre quien la Fiscalía Anticorrupción respalda reabrir el caso Kitchen para investigar su implicación en el espionaje a Bárcenas- ha puesto en marcha el Instituto de Liderazgo Político, fundación sin ánimo de lucro, con la finalidad de contribuir a la formación de quienes quieran ejercer esta actividad pública.
Su paso por la Presidencia regional fue uno de los periodos más dolorosos de nuestra historia reciente. Revertir sus recortes en educación, sanidad o servicios sociales, por no hablar de cuantos otros proyectos y dotaciones quedaron arrumbados, ha costado mucho tiempo, dinero y esfuerzo a los gobiernos de García-Page. Y junto a esa 'herencia', De Cospedal dejó otro legado aún latente en estas tierras.
Con su llegada a la presidencia regional del PP, en 2006, ese partido comenzó a transformarse, radicalizando las formas políticas que hasta entonces habían tenido líderes como José Lara, José Manuel Molina o Paco Tomey. Acorde con ese temperamento pendenciero, sus nuevos lugartenientes querían ser tan faltones o más que ella, destacando en la punta de tal iceberg Nacho Villa, cuya gestión al frente de la radiotelevisión autonómica, ocho años después, aún anda enredada en los juzgados.
Por mucho empeño que pongan quienes ahora dirigen la derecha regional para que aquella radicalidad no les delate, aún hay brasas que de vez en cuando se avivan y atufan la moderación predicada. Un día es un concejal de Cabanillas del Campo a quien graban cantando el 'Cara al sol' en un bar; otro, el exconsejero Echániz –quien se ganó a pulso la antipatía generalizada de los castellano-manchegos por su cuasi matonismo al frente de la sanidad regional- le dice al presidente Sánchez en el Congreso que «está muerto», mientras extiende su mano con el pulgar hacia abajo; y ahora, el alcalde de Villar de Cañas, vomita ordinarieces irreproducibles contra la ministra Irene Montero. Ante manifestaciones tan reveladoras, Paco Núñez haría bien reservando aulas en el nuevo Instituto de De Cospedal para que algunos de los suyos aprendiesen modales, educación y respeto, siempre, claro está, que esta fundación cospedaliana no devenga en aquello que se decía del maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela.