Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Urda

28/09/2021

Las suaves laderas que se abren al abandonar Consuegra son el tapiz en el que, al amanecer, el sol y la luna se saludan y besan. Los molinos recuperan su luz en ese momento, y la cal de sus paredes comienza a brillar como el nácar con los primeros reflejos.  Su imponente crestería dice adiós al viajero a medida que, en el horizonte, Urda se hace presente.
Los pasos se mudan más ligeros y el júbilo se hace a cada paso, a cada metro, más presente. El sol regala sus primeros rayos, y se esmera por ofrecer calor al caminante en estos días de San Miguel. Urda se abre al peregrino.
La mochila, ligera. Y el corazón, henchido por llegar a su cita. Al peregrino, no le hace falta más. Le es fácil reconocer las piedras que pisó el año anterior, y los anteriores. Los olivos al borde del camino, son los guardianes y testigos del paseante. Urda se hace URDA y se deja ver con las primeras luces.
El corazón cristiano de La Mancha espera. El Cristo de Urda, el Cristo de La Mancha, aguarda en la barca a sus marineros para navegar en el océano de fieles.
La puerta de bronce de la Basílica brilla como el oro. Igual que la historia del Cristo de Urda. Una imagen bella, serena y venerada. El Cristo milagroso, el Cristo de los manchegos, el Cristo jubilar. El Cristo que escucha y cumple. El Cristo que siempre aguarda, que espera a sus fieles y nunca los abandona. El Señor de La Mancha.
Por eso, y por más cosas, el pequeño y gran pueblo de Toledo es hoy, y mañana, latido de la provincia y de la región. Y de muchos corazones y almas. Hoy, mañana, y todo el año.
Porque Urda, más que un pueblo, es un sentimiento. Un estado de ánimo. Un fin, una llegada, una aspiración, una meta. El descanso y la plenitud. El regocijo y la fe en el camino. Urda en todo su esplendor. El sueño de Urda que despierta en los primeros días de otoño, y que concede al peregrino la buscada paz espiritual.
Ir a Urda –o volver en estas horas de plenitud-, no es un sacrificio. Es un regalo y un privilegio. Es buscar el sosiego, el recogimiento y la complicidad con los miles de fieles que empujan la barca de su Cristo. Es cumplir la promesa. Dar por lo recibido. Pedir por uno, por los demás y por todos. Elevar al cielo el grito silencioso más íntimo del alma, con la esperanza cierta de ser escuchado. Por él. Por el Cristo de Urda.
Antes de que los peregrinos de hoy cumplan con lo que ellos sólo saben, otros muchos lo hicieron antes. Con la misma esperanza, fe y devoción que hoy inundarán las fieles aguas de Urda. De ello dan testimonio los recuerdos que, con sencillez y orgullo, cobija el museo del Cristo. Entre los testimonios que allí se guardan, están los exvotos, medallas, joyas, fotografías, y todo aquello que cedieron los fieles para dar testimonio y honrar al Cristo.
También cuadros. Entre ellos, hay uno que, por sus trazos, derrocha fe en cada pincelada. Es un cuadro firmado por Gabriel Zapero Gallego y fue donado al Cristo en la primera mitad del siglo pasado. Gabriel fue un barrudo y peregrino más. Cumplió su promesa anual con Urda, hasta que sus piernas –y el Señor de La Mancha-, se lo permitieron.