Curanderismo y hechicería en la provincia de Toledo (I)

José García Cano*
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Nuestra provincia ha sido cuna de hechiceras, curanderas, ensalmadoras y algunas otras categorías a la hora de curar dolores, quitar pesares o adivinar el futuro

Curanderismo y hechicería en la provincia de Toledo (I)

Que Toledo y su tierra son un territorio plagado de personas que desde hace siglos han practicado y difundido la magia y el curanderismo, es algo de sobra conocido y estudiado. Nuestra provincia ha sido cuna de hechiceras, curanderas, ensalmadoras y algunas otras categorías a la hora de curar dolores, quitar pesares o adivinar el futuro. Profundizando en algunos de los procesos inquisitoriales que nos describen con todo detalle como y de qué manera se practicaba la magia hace cuatro y cinco siglos, encontramos decenas de formas de curar y quitar el conocido como mal de ojo u aojamiento. Por ejemplo, en Torrijos a principios del siglo XVII un tal Pedro Serrano, curaba el mal de ojo de una manera curiosa y suponemos que eficaz, ya que santiguaba a los niños en sus zapatos del pie izquierdo, y seguidamente les daba de beber agua que previamente el mismo sanador había santiguado. Son decenas las oraciones y ensalmos que aún hoy se siguen recitando por todo el país para curar este extraño padecimiento como es el mal de ojo.

Y muy cerca de Torrijos se encuentra Fuensalida, donde a mediados del siglo XVII encontramos a Ángela López que vivía en el barrio del Pozo Dulce, lugar donde se reunían muchos enfermos de los ojos e incluso ciegos para intentar sanarse. Para ello, Ángela les intentaba curar a base de sahumerios que realizaba a base de centeno, cilantro, romero y cinco trapos de color negro, blanco, azul, verde y rojo, a todo lo cual sumaba unos extraños polvos que solamente ella sabía de qué estaban confeccionados. A pesar de que no eran muchos los enfermos que sanaban, la fama y el prestigio de esta sanadora crecieron en toda la comarca de Torrijos. En cierta ocasión tuvo como clienta a una tal Juana de Navas, la cual notó una leve mejoría, aunque poco después quedaría totalmente ciega, lo que provocó cierto revuelo y críticas en el pueblo. Y como muestra de que la hechicería también se heredaba y se transmitía de padres a hijos, María Flores hija de Ángela, también practicaba diferentes hechizos y realizaba curaciones. Con ellas compartían estos servicios mágicos otras vecinas de Fuensalida como Inés de Mora (experta ligadora de hombres) o María Palomo, que también curaba el mal de ojo, si bien en algunos momentos llegaba a la localidad una tal Ángela Rodríguez, vecina de Alcabón y conocida por todos como la hechicera de Alcabón. A todas ellas se sumaba una vecina de Portillo llamada María Gómez, alias la Romera, la cual también las ayudaba en las curaciones de los ojos. Por si eran pocas sumamos a una vecina de Torrijos, conocida como la Varela (María López de Sarriá) nacida en Madrid y experta en el conocimiento de la botánica mágica, pues para curar las nubes oculares y las cataratas, machacaba seis cogollos de ruda y un puñado de flores de romero, añadiendo a continuación doce flores de azafrán, dos onzas de agua de caledonia, media onza de agua rosada y otra media de arrayán; agitaba todo ello y lo colocaba al sereno durante tres noches, tras las cuales se podía utilizar la fórmula para curar aquellos problemas oftalmológicos.

En algunos pueblos de Toledo pertenecientes a la comarca del Arañuelo, como Oropesa, Puente del Arzobispo, Valdeverdeja, Lagartera o Ventas de San Julián, era habitual curar otro tipo de males que afectaban a una buena parte de la población como fue el paludismo (llamado en aquellas épocas fiebres tercianas o cuartanas) con remedios de los más curiosos, como por ejemplo ir a la corriente de agua de un río o una fuente y hacer tres cruces diciendo lo siguiente: «Ansí te cortes (refiriéndose a la fiebre claro) como esta hoz corta esta agua»; posteriormente el enfermo volvía al pueblo y de camino, debía ir rezando al Nacimiento, Pasión y a la Resurrección de Cristo, confirmándose una vez más, lo unidas que se encontraban entonces la magia, la religión y las creencias paganas. Otro ejemplo de lo implicados que estaban a veces los propios religiosos nos aparece en la localidad de Villacañas. En enero de 1755 un fraile llamado fray Francisco de San Vicente, agustino descalzo para más señas, al salir de decir misa del convento encontró en la plaza a Francisco Santiayo, hijo de una conocida hechicera de la localidad llamada Isabel Rulla, alias la Obligada, la cual vivía en la calle de La Palma. Allí fue el fraile ante la petición del hijo de la Obligada, y se la encontró con un ataque de histeria dando voces. La hechicera contó al fraile que un vecino de Tembleque llamado Antonio Fernández Alejo -más conocido como el Indiano y uno de los hombres más ricos de todo el contorno- estaba en peligro ya que le iban a hechizar dos mujeres muy temidas en Tembleque llamadas María y Paula (madre e hija). Don Antonio Fernández-Alejo y Díaz-Pallarés nos resulta muy conocido ya que además de haberle dedicado algunas líneas en esta sección, fue el responsable de la construcción de la imponente casa de las Torres en Tembleque, un edificio simbólico dentro del patrimonio temblequeño y que aún sigue reclamando una urgentísima intervención debido a su deteriorado estado de conservación. El caso es que las Carrizas, como así llamaban en Tembleque a María y a Paula, querían hacer daño al Indiano y por ello la hechicera villacañera, le cuenta al fraile que para salvarle lo único que había que hacer era un remedio que solamente ella conocía y que el mismo fraile debía escribirlo, ya que ella y sus familiares eran completamente analfabetos. A continuación, el fraile tomó nota con su pluma de lo siguiente: durante nueve mañanas, el Indiano debía beber medio cuartillo de agua de cilantro, en lugar del típico chocolate; por otro lado, debía de llevar encima tres granos de cilantro en el lado del corazón y debía cortar con su mano un pedazo de tela roja y rajarla por la mitad con un puñal, colocándose el fragmento también sobre el corazón. Con una venda de paño negra debía hacer tres nudos, llevándola después a su bodega y clavándola en una tinaja con tres clavos. Por último, debí de llevar tres costales de trigo colocándolos debajo de su cama durante nueve noches y días y si al finalizar este periodo encontrase en cada uno una hormiga, algo iba mal en todo este proceso y debía dar aviso a la Obligada para consultar que debía hacer en ese caso. Desgraciadamente desconocemos el final de esta historia porque en el proceso inquisitorial no se desvela lo que sucedió, pero es interesante descubrir casos como este en los que aparecen terceras personas que podían ser víctimas de la magia más negativa o maligna aplicada hacia un personaje del calado social y económico como fue Antonio Fernández-Alejo.

*José García Cano es académico correspondiente en Consuegra de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.