El torero a la francesa de Castillo de Higares

A.D.M.
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La dehesa de Mocejón acogió el rodaje de Chateâux en Espagne (1954), coproducción hispanofrancesa aquí conocida como El torero. Sus protagonistas fueron Pepín Martín Vázquez y Danielle Darrieux

El torero a la francesa de Castillo de Higares

Dentro de las diferentes películas de temática taurina filmadas en la provincia de Toledo, Châteaux en Espagne (o, como se tituló en España, El torero) es especial por muchos motivos. Fue una coproducción hispanofrancesa dirigida por René Wheeler y protagonizada por una popular actriz, Danielle Darrieux. Denunció el amaño de las corridas y reivindicó la pureza del toro de lidia frente a las faenas de salón. Pero, por encima de todo, fue una película filmada en la finca Castillo de Higares, en Mocejón, entonces propiedad del ganadero vasco Pedro Gandarias y Urquijo, donde eran habituales las capeas y tientas con actores de la talla del mismísimo Gary Cooper.

El torero comienza con la llegada a España de Geneviève Dupré, secretaria del hermano del diestro Mario Montes (interpretado por el diestro Pepín Martín Vázquez, que algunos años atrás, a las órdenes de Luis Lucia, había protagonizado la exitosa Currito de la Cruz). Se trata de un famoso torero, mimado por la afición y por la crítica gracias a un apoderado sin escrúpulos que se asegura de no exponerle sin necesidad a toros bravos. Paradójicamente, Mario sueña con la finca donde se crió como mayoral, Santián, cuya ganadera, María Cristina (Silvia Morgan), se precia de mantener intacta la entereza de sus animales.

«Hace veinte años, ¿qué...? -expresa el torero en Las Cuevas de Luis Candelas, en Madrid, tras una tarde en Las Ventas-. ¡Había toros de verdad, lo que se dice toros cuajaos, y con pitones de verdad!». O en la propia Castillo de Higares, ante los enormes animales de Santián: «¡Vaya toros, don Manuel!». «No me gustan: tienen aire de mala uva», responde el apoderado. «No confunda -exclama la orgullosa ganadera-. Tienen aire fiero. Lo que se debe exigir, ¿no?». «Si se quiere matar al torero -de nuevo el apoderado-, sí...». «Hablemos claro. Aquí se siguen haciendo las cosas como en vida de mi padre. No hacemos chanchullos. Toros bravos y con defensas son los que se marcan aquí». O más adelante, al lamentar la costumbre de afeitar las astas: «Si hay toros enteros hay peligro. Si hay peligro, el hombre, el hombre de verdad, se crece. Solo el peligro descubre a los toreros con temple».

Entrar en estas cuestiones, señalaba la revista Primer Plano, hace de El torero una película «bárbaramente sincera», la cual «derrocha las perspectivas taurinas más finas de forma y colorido, pero no vacila frente a la castedad y aun la desagradable dureza de algunos aspectos de la lidia». El film -cuyo título en francés, Châteaux en Espagne, podría traducirse como la expresión «hacer castillos en el aire»-, está lejos, sin embargo de cualquier afán documental. Transcurre por igual en toriles y tabernas taurinas que en aeropuertos y hoteles, ofreciendo cierta sofisticación subrayada en varios momentos de la película no por pasodobles o flamenco, sino por el vals Fascination, que algunos años atrás había contribuido a extender en todo el mundo la película Gigi (Jacqueline Audry, 1949). La conocida melodía, en su versión francesa original -«Je t’ai rencontré simplement / Et tu n’as rien fait pour chercher à me plaire»-, vertebra simbólicamente toda la película, incluidos los momentos en que suena al son de la grotesca actuación de dos payasos (los célebres Hermanos Tonetti, entonces a comienzos de su exitosa carrera) y cuando la rotura de un disco anuncia el fin de la relación amorosa iniciada entre la francesa y el torero.

Frente a los protagonistas españoles, Pepín Martín Vázquez y una bellísima Silvia Morgan, que algunos años después regresaría a la ciudad para protagonizar Un americano en Toledo (Carlos Arévalo, 1960), la pareja francesa no sale precisamente bien parada, al menos en la versión de la cinta destinada a España. El papel de Danielle Darrieux (1917-2017), que murió centenaria hace apenas dos años, tras una de las carreras más largas del cine francés, pasa de la profesional secretaria a la amante de dudosa reputación, efectivamente enamorada, aunque también sobornada por el apoderado para mantener al torero alejado de excesivos riesgos (y cuyo castigo tras ser rechazada por este es representado a los ojos de hoy de la peor manera posible, llevada en volandas y casi agredida sexualmente por la multitud que participa en las fiestas de Alicante). Al fin y al cabo, en palabras de la temperamental Silvia Morgan, «¿qué sabe una francesa de toros...?».

Peor aún es el papel de Maurice Ronet, que encarnó al torero Miguel Murillo, amigo fracasado del protagonista, quien se considera ingratamente condenado a heredar cuanto él desecha. Cuando el diestro descubre las maquinaciones de su apoderado y decide despedirle, este se alía con Miguel para provocar su desgracia. La película continúa con el reto de que ambos toreros lidien seis toros en la Feria alicantina: tres de la brava ganadería de Santián y tres convencionales. El tono de denuncia de toda la película llega hasta el final, cuando el traicionero amigo de Mario amaña la corrida, enseñando a los toros «a tirarse al bulto».

Filmada en los Estudios CEA de Madrid, con exteriores en las plazas de toros de Alicante, Carabanchel y Morata de Tajuña, El torero fue una de las primeras películas en Eastmancolor filmadas en España. Su estreno en Francia tuvo lugar el 9 de agosto de 1954, retrasándose en nuestro país unos cuantos meses más, hasta enero de 1955.