Javier Salazar Sanchís y María Ferrero Soler

Cristiandad

Javier Salazar Sanchís y María Ferrero Soler


Entre Senderos

03/12/2022

Debe ser porque este año ha sido muy cansado para mí, el caso es que cuando he leído la lectura de hoy en años en los que me encontraba más animosa, eso de «preparad el camino al Señor» era algo que me ponía en pie inmediatamente y con fuerza y alegría, pero este año me ha encontrado agotada y me ha agobiado más que otra cosa. ¿Preparad el camino al Señor? Pero vamos a ver… ¿Hoy en día? ¡Si hoy en día siento que a veces cavan zanjas hasta quienes aparentemente pretenden allanarlo! De verdad, apenas tengo fuerza hoy para caminarlo: no me encuentro en disposición de echar montañas abajo.
La angustia y el desánimo en la espiritualidad son siempre, inamoviblemente, cosas que le demonio hace. Cuando una lectura crea un desasosiego hostil que te hace sentir ganas de rendirte, la voz que hay detrás es siempre la del malo y, evidentemente, esa lectura no se ha leído bien. Así que, después de un año que comencé pasando el covid, después de un año en el que se han teñido los meses de sangre en una nueva guerra en Europa, después de un año de cambios hasta en mi hogar, me he dado cuenta de que tenía que volver a leer las lecturas de hoy pero despacio y empezando por el principio, buscando descansar en ellas y no que me abatiesen. Y eso he hecho. Y eso he encontrado, porque las Palabras de Dios no abaten nunca y siempre descansan.
Mi cerebro, que como todos los cerebros tiende a anticipar las cosas ha escuchado «Preparad el camino al Señor; allanad sus senderos» (Mt 3,2) y se ha quedado ahí. Frenada en seco. Ausencia de respiración. No ha seguido más allá de eso porque ahí se le ha hecho bola el asunto. La segunda vez, he pasado esto por algo y he seguido con la lectura y en ella dice «Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga». Es decir, Él. Y me he ido al evangelio de san Lucas, que cuenta también esto, pero lo hace así: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano». (Lc 3,5). Esto no es «¡rellena los montes!, ¡endereza lo torcido!» que me asusta y me abate sino todo lo contrario. «Los valles serán rellenados» no quiere decir que empiece yo a rellenarlos y rapidito; quiere decir que los valles serán rellenados: «serán».
Hay una lectura preciosa también de un segundo domingo de adviento que es del libro de Baruc: «Dios ha mandado rebajarse a todos los montes elevados y a todas las colinas encumbradas; ha mandado rellenarse a los barrancos hasta hacer que el suelo se nivele, para que Israel camine seguro, guiado por la gloria de Dios» (Baruc 5,7). Ahí se ve lo diferente que era mi prelectura errónea de la lectura cierta: es Dios quien lo hace.
Yo no puedo rellenar los valles. Me encantaría, de verdad, pero no puedo. No tengo fuerza, ni ánimo, ni corazón me vais a permitir. Y por eso, porque no puedo pero necesito que estén llanos, Dios lo va a hacer Él mismito.
El Adviento es preparar el camino al Señor, pero eso no es que nos convirtamos en ingenieros de obras públicas sino que nos pongamos las botas de trekking para echarnos a andar. Nada más. Así de fácil.  El Adviento consiste en dejar acceso a Dios.
Dios deshaciendo las montañas, aplanando los valles, ordenando a los árboles que nos den sombra, preparando todo para poder acceder a nosotros. Dios enderezando lo que tenemos torcido. Dios derribando nuestros muros. Dios determinado a estar conmigo y que me sea fácil. Dios consciente de que estoy cansada, de que soy pequeña, de que para mí ya es un mundo un grano de arena y no estoy capacitada para enfrentarme a un montículo simplemente. Dios consciente de mí que, enamorado de mí, mueve Cielo y Tierra por estar a mi lado. Yo que, cansada, levanto en vano los brazos al Cielo, al que no puedo llegar; Dios que, enamorado, baja entero a abrazarme y traerme el Cielo a la Tierra.
El mensaje del Adviento es que Dios es fácil. Es que está cerca. Es que solo te pide que te pongas las botas de trekking, que levantes la mirada a Él. De derribar los muros ya se ocupa Él. De convertir la subida al Everest en un paseo por un llano bajo la sombra de las secuoyas, ya se encarga Él.
Dentro de unos días vamos a celebrar la Inmaculada Concepción de María.
En contra de lo que veo que cree bastante gente, no se celebra la concepción de Jesús en el vientre de María sino que la Virgen, en el momento de su concepción, Dios le infundió su alma preservada de todo pecado, incluido el original. Creó a la otra Eva. Y esta nueva Eva tenía libertad absoluta para decirle a Dios que no. La creó preservándola del pecado original, pero eso no afecta en nada a su libertad: podía negarse a Dios si hubiera querido. Y no lo hizo. Nunca lo hizo, en toda su vida lo hizo.
Sin pecado para ser engendrado en ella pero dándole la libertad para que pudiera decirle que no. María pudo haber dicho que no, y no lo hizo. Dijo sí. Y se convirtió en madre de Dios. Le dijo que sí y acto seguido, con Dios creciendo en su vientre, siguió en su casa, haciendo lo que todos los días, en su sencilla vida de chavala judía del momento, hasta que se echó a los caminos con su embarazo para ir a casa de una prima suya que también estaba embarazada y así ayudarla. Tener a Dios dentro y ponerse a servir a los demás es algo que va totalmente unido: la consecuencia natural de estar lleno de Dios es el servicio a los demás.
Después de algo más de mil palabras, no me siento cansada. De repente, ya no veo montañas, ni valles abruptos, ni resbaladizos lodazales, ni soles abrasadores, ni retorcidos vericuetos: veo un camino llano, alfombrado de suaves hojas de otoño bajo mis pies, en el que la brisa me acaricia mientras hace sonar las ramas que me van dando sombras. Mil  palabras después, me pongo las botas: es tan fácil el camino que Dios ha dejado preparado.
Es Adviento. El camino se hace caminando. Dios está derribando los muros: yo solo tengo que dar un paso más. A cada paso tengo más fuerza. A mi lado camina la Virgen, Mamá con sus botas de montaña: no vamos solos, nos lleva de la mano. Que transitemos este adviento muy cogidos a ella.

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