Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Contra la pereza...

12/01/2023

La pereza, del latín pigritia, es el desinterés, la apatía la astenia, el tedio, el descuido, el desinterés, la desidia, la apatía, la dejadez, el abandono, la desgana o la indolencia por las cosas. Y eso, a mi parecer, pasa particularmente cuando esas cosas son infumables por ser inaceptables, de mala calidad o de poco aprovechamiento, por lo que conducen inevitablemente al aburrimiento por molestar y cansar el ánimo.

Pereza y aburrimiento es lo que a mí me provoca la tabarra del afán sistemático en categorizar, con clara alusión partidista, a los jueces y magistrados como conservadores o como progresistas, por lo pesado, latoso e insistente que resulta, amén de confundido y, en no menor medida, con intención de confundir. A los Jueces y Magistrados, la Constitución española les reserva en exclusividad la potestad jurisdiccional que se concreta en juzgar y hacer ejecutar lo juzgado. La causa que legitima la atribución de ese monopolio por parte del pueblo a sus Juzgados y Tribunales reside en su independencia y su sumisión únicamente al imperio de la ley. Su actuación, por tanto, no está guiada por razones políticas partidistas, sino presidida por la racionalidad jurídica que garantiza el derecho fundamental de los ciudadanos a obtener la tutela judicial efectiva en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, sin indefensión.

Lógicamente cómo individuos de una sociedad postindustrial, caracterizada por sus valores difusos posmodernos, seguramente tendrán una identidad rica y poliédrica. Podrán ser progresistas, conservadores, tierraplanistas, pianistas, europeístas, localistas, tradicionalistas culturales, defensores de la naturaleza, negacionistas de la pandemia, vegetarianos, ecologistas, amigos de los museos, recelosos de los cursis, budistas, amantes del riesgo, mecenas de las artes o poetas líricos, pero eso no debe influir en sus decisiones independientes, imparciales y responsables. Precisamente porque el derecho a la imparcialidad judicial está implícito en el derecho fundamental de un proceso con todas las garantías, que debe asegurar a las partes que no concurre ninguna duda razonable sobre la existencia de prejuicios o prevenciones en el órgano judicial.

La doctrina cristiana relaciona desde el siglo XIII a los siete pecados capitales en orden de su importancia conceptual. Empieza con la soberbia, asumiendo que es el más grave para la convivencia de la familia humana, le siguen la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y finaliza con la pereza. Para cada pecado capital nos enseña una virtud que es, cultivándola, el antídoto infalible para derrotarlo. Contra la pereza, diligencia. No debe ser mi perezoso aburrimiento propio de esta categoría porque no veo claro que, si yo me aplicará diligentemente, con presteza, atención, cuidado, celo e interés en esta matraca, derrotaría a la aburrida pereza que me provoca. Y, mucho menos, mientras se fomenten para que calen los discursos simples, de brocha gorda y maniqueos, que solo pretenden dejar fuera de juego al adversario.

Tal vez, la diligencia deba venir de quienes tienen mejores posiciones para contribuir a formar la opinión pública, mejorando su conocimiento acerca de nuestro sistema político, nuestras instituciones y nuestro ordenamiento jurídico.

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