«La exposición permitía conocer a gente muy interesante»

A de Mingo/Toledo
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Eduardo Sánchez-Beato es el único artista que ha ganado el máximo galardón de la Bienal del Tajo en tres ocasiones. «Es turbadora la ignorancia de nuestros políticos»

«La exposición permitía conocer a gente muy interesante» - Foto: VÁ­ctor Ballesteros

«Recuerdo la llegada de la Bienal del Tajo como algo esperanzador. Toledo se abría por fin a una exposición importante, con relevancia nacional e incluso internacional. Comenzó modestamente en 1970, pero fue un comienzo. Desgraciadamente, el empuje de los primeros años se fue diluyendo hasta su desaparición». Eduardo Sánchez-Beato es, junto con Francisco Rojas y Manuel Fuentes Lázaro, el artista toledano más premiado por la Bienal del Tajo. En 1982 y 1986 obtuvo sendos premios Doménico Greco -el más importante en los primeros momentos del certamen-, a los que se sumó, cuatro años después, el Premio Especial de la X Bienal. Artista contemporáneo -desde que a los quince años quedó impactado con la obra de Barjola-, miembro fundador del Grupo Tolmo y uno de los pintores toledanos más importantes del último medio siglo, Beato fue testigo del origen de la Bienal y de su desaparición o, en cierta manera, reconversión en los premios de artes plásticas organizados por la Junta de Castilla-La Mancha y CCM. Sea como fuere, «hoy todo eso ha desaparecido». De aquellos años, el artista recuerda fundamentalmente a Romero Carrión, un pintor muy importante no solo por crear e impulsar la Bienal, sino «por su labor docente en diversos colegios y en la Escuela de Artes y Oficios, de la que llegó a ser director». De los tiempos más recientes, lamenta «la generalizada falta de interés político por desarrollar la cultura: mientras el arte contemporáneo no dé votos, les importa bien poco». La principal aportación de la Bienal del Tajo, asegura Beato, fue «la posibilidad de reunirte con mucha gente interesante, con artistas jóvenes y mayores, algunos con mucha experiencia, por lo que ayudó a establecer unos lazos muy importantes». Vasos comunicantes de los que el Grupo Tolmo fue consciente a comienzos de los setenta y que incluso es posible apreciar en colectivos anteriores, como Paleta Pinar (creado en 1959 y cuyo director era Tomás Camarero) o Los Candiles (1948), que encabezaba el pintor Guerrero Malagón. «Pienso que, por oleadas, éramos conscientes de que hacía falta una renovación», añade. «Hace años, las propias instituciones, como la Diputación o la Escuela de Artes -por no hablar del desaparecido Museo de Arte Contemporáneo, al que fueron a parar en su momento algunas obras premiadas de la Bienal-, fomentaban cierta participación, por mucho que, no nos engañemos, no haya habido nunca una auténtica voluntad política de fomentar el arte contemporáneo en Toledo. ¿Cuál es hoy el panorama que tienen los jóvenes por delante? Siento decir que lo desconozco. Hace poco me preguntaron qué opinaba de los jóvenes creadores toledanos -artistas como Luis Acosta, Ignacio Llamas o Roberto Campos dejaron de ser jóvenes hace años- y no supe qué contestar. Tampoco sé qué decir a amigos de fuera que vienen a la ciudad y preguntan por el museo de arte contemporáneo», añade, retomando el contenido de una conferencia pronunciada la semana pasada en la Biblioteca de Castilla-La Mancha. «Toledo es de las escasas ciudades españolas que carece de un museo de arte contemporáneo. Ahí está el precioso y ejemplar museo de Valdepeñas, creado a raíz de un certamen nacional de arte que es el más antiguo de España y donde la obra de los artistas premiados se muestra junto a otras grandes figuras del arte nacional e internacional, demostrando que allí se valora y se ama la propia historia. Pero así somos. Por no tener, Toledo ni siquiera tiene un museo de historia de la ciudad...». Y finaliza: «Es turbador cómo nuestros políticos se desviven por maquillar su ignorancia sobre el arte contemporáneo con arriesgadas actuaciones mal asesoradas y desprecian lo que tienen a mano, ninguneando su propia historia, la historia de su ciudad, de su región, de su gente. Imagínate que en el Museo de Bellas Artes de Bilbao no estuvieran representados los artistas vascos, o que en el MACBA de Barcelona no lo estuvieran los catalanes».