Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Grima

21/09/2020

Hay progresismos que dan grima. Siempre lamenté no haber vivido una Revolución gloriosa, como la de 1830 en Francia, o como la de 1868 en España. Nuestra generación, machacada por el franquismo, tuvo que conformarse con aquel Mayo del 68 francés. Lo que hizo Suárez, más que una Transición fue una Claudicación por parte de unos y de otros. Cánovas del Castillo no lo habría hecho mejor. Hubo un momento de esperanza, con Felipe González, aquel joven abogado andaluz, moreno, bien plantado, con su cazadora marrón, recién llegado de Sureness. Consiguió auparse al poder en 1982, pero tres años más tarde pudimos darnos cuenta de que todo se quedaba en agua de borrajas; aquello del “gato blanco o gato negro, lo importante es que cazara ratones”, fue el principio del fin. ETA se había encargado de emponzoñar la política española. Entramos en la OTAN como el que se traga una culebra; al menos aquello acabó con cualquier posible pronunciamiento. Y, lo mejor, la entrada en Europa, el viejo sueño de los regeneracionistas, que habían visto cómo, después de europeizarnos con lo que se dio en denominar la Edad de Plata de la Cultura Española, Franco se había encargado de hacerla trizas con su bota de hierro.
Europa nos trató con mimo, haciendo de alguna forma justicia a su traición con la República Española. Pero ETA seguía emponzoñando, Arzalluz recogiendo las almendras del almendro que los asesinos etarras agitaban con vesania, y Pujol haciendo una fortuna de no te menees a cambio de que le dejaran las manos libres. Así se fue fraguando nuestro destino. Los sucesivos gobernantes que pasaron por la Moncloa o no se enteraron de qué iba el asunto –cosa bastante dudosa–, o hicieron oídos sordos. Era un continuo chantaje. De ese modo, Euskadi, después del sublime ridículo de Ibarretxe, inició una política pragmática de prebendas en la que la idea de España figura ya en un fondo de transpantojo. De repente y por una serie de tremendos errores de Zapatero y de Rajoy, un partido, Esquerra Republicana de Cataluña, declaradamente separatista, de dos o tres diputados –Rahola, Colom y poco más– pasó a ser la gran esperanza catalana. Lo que pasó ya es historia, triste historia.
Vino después esa desgracia para España que se llama Pablo Manuel Iglesias, y que, por avatares de la política, se convirtió nada menos que en Vicepresidente Segundo del Gobierno de Coalición de Pedro Sánchez, y, a partir de ahí, ya no puede extrañarnos nada, ni siquiera verlo en su pomposo despacho en amor y compaña con los portavoces parlamentarios de ERC y EH Bildu, o sea, el señor Gabriel Rufián y la señora Mertxe Aizpurua, negociando, ¡quién lo dijera!, los presupuestos generales de España, ellos que sienten aversión por España, negociando con Iglesias, autorizado, suponemos, por el Presidente del Gobierno.    
No hace falta demasiada perspicacia para ver que lo que realmente pretenden estas fuerzas que se autodenominan demócratas y progresistas, y que como tales desprecian a partidos como Ciudadanos, es sacar tajada de los fondos europeos – por encima de todo, la ‘pela’, que decía el castizo– y, last but not least, lo esencial, la mesa de negociación, verdadera obsesión de Rufián, y el lema abertzal, ‘presos por presupuestos’. El chantaje, siempre el chantaje; todo ello bien envuelto en papel de celofán que ellos dan en denominar ‘avances sociales y económicos’.
Imagino, o más bien quiero imaginar, que estamos ante una maniobra más del maquiavélico Pedro Sánchez, acostumbrado ya a andar sobre la cuerda floja. Pero para todo hay límites y líneas rojas, y ética y decencia. Lo que estamos tolerando en España pasa de castaño oscuro. ¿Será que seguimos teniendo mala conciencia o que a algunos se les ha ablandado la mollera? Individuos que tienen un millar de asesinatos de ciudadanos españoles inocentes sobre sus hombros no pueden negociar nada por decoro. Ya vamos entendiendo aquello de la España de charanga y pandereta que decía Machado