Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Asalto a la silla-correo

29/01/2020

Jueves, 30 de abril de 1846, la silla-correo de Talavera a Madrid sale a primera hora de la mañana, una berlina ligera, cómoda y de buen tiro, con capacidad para tres viajeros en el interior, un pescante para el conductor y otro pasajero y un compartimento fuerte para la correspondencia. Por delante 19 leguas. El viaje transcurre con toda normalidad, el cielo está limpio de nubes y la temperatura es muy agradable, avanza con buen paso por un mar de cereal que parte como a cuchillo el camino real, las talludas cebadas ya empiezan a tostarse y las espigas de los trigos, más verdes, cabecean perezosas con la brisa. En las paradas de Sotocochinos, El Bravo y Maqueda, los viajeros estiran las piernas, alivian el cuerpo y toman refrigerios. 
El viaje continúa en busca de la siguiente posta, Santa Cruz del Retamar, justo la mitad del trayecto. Pero, pasado Quismondo, en la vaguada del arroyo de Valdepajares, la berlina frena bruscamente; siete hombres bien armados, algunos montados en buenos caballos, cortan en abanico el camino. Uno encañona al conductor y le indica que eche el freno y se apee, otro vigila a los desconcertados viajeros. Justo al instante aparece por el camino la diligencia de postas que hace el trayecto contrario, de Madrid a Talavera. Le dan el alto y proceden de la misma manera. Los dos tiros quedan enfrentados en medio de la calzada.
El bandolero que llevaba la voz cantante lo dejó claro, abrió primero la puerta de la diligencia, metió la cabeza y habló bajo y con autoridad.
-Buenas tardes. No lamentaremos desgracias ni serán maltratados si obedecen ligeros, bajen del coche, cojan todas sus pertenencias y caminen hacia aquellas encinas – y señaló un pequeño bosquecillo como a cien pasos de donde se encontraban; lo mismo repitió en la berlina. 
Los viajeros, sin protestas, cargaron con sus maletas, fueron conducidos al monte por una trocha y allí registrados a conciencia uno por uno y despojados del dinero, de las alhajas y de algunas ropas. Con dos pasajeros hicieron buen botín: a un caballero pacense, que iba en el correo, le quitaron cinco mil reales y a una marquesa, que venía en la diligencia, bastantes joyas, cubiertos de plata y dinero en metálico. Acto seguido desaparecieron hacia el norte.
El comisario de Santa Cruz del Retamar que, enterado del salto, salió asociado de tres peones camineros y alguno de sus agentes llegó al humo de las velas.