José María San Román Cutanda

A Vuelapluma

José María San Román Cutanda


Responsabilidad como premisa de libertad

10/05/2021

Antes de empezar mi columna de esta semana, debo decirles que hoy voy a ser algo más escueto en mis manifestaciones que en otras ocasiones. Y ello por un motivo, y es que considero que el tema del que voy a hablarles hoy está tan inscrito en los intersticios del pensamiento de cada cuál que deben ser ustedes, amigos lectores, quienes descubran y reflexionen sobre su opinión al respecto del binomio formado por la libertad y la responsabilidad, que a mi entender es inseparable.

A raíz del fin del estado de alarma y de la consecuente finalización del cierre perimetral y del toque de queda, la palabra 'Libertad' se ha hecho frecuente —dicho con una palabra de moda, 'viral'— en la prensa y en las redes sociales. Hay algo que es cierto, y es que estas nuevas medidas en algo parecen aliviar la fatiga pandémica que estamos sufriendo todos en mayor o menor medida. No obstante, también lo es que la situación suscita un alto grado de expectación de lo que pueda ocurrir de aquí a un tiempo con los índices de contagios. Los telediarios de ayer son muestra de ello: por una parte, las noticias sobre botellones y cargas policiales en diversos puntos de España; y por otra, las alertas de los sanitarios pidiendo un grado reforzado de responsabilidad a la hora de cumplir con las premisas de salud más básicas.

A partir de esto, he recordado una lectura que en su día me hizo reflexionar bastante sobre los conflictos que existen entre la libertad y la responsabilidad. Álvaro D’Ors, uno de los grandes romanistas del siglo XX, escribió un magnífico artículo en la revista Verbo (número 345-346, año 1996, páginas 505-526) titulado 'Claves conceptuales', en el que expresó su concepto de libertad con estas palabras: «La libertad consiste en la voluntad de 'optar' por los propios actos, aunque sea sin posibilidad de elección alternativa (...) La libertad no se concibe sin la responsabilidad, de la que sólo es un presupuesto esencial y no la causa: el hombre es libre para poder ser responsable, y no es responsable porque es libre». El concepto de D’Ors encierra, a mi entender, una profunda carga ética donde el término de referencia se configura como un don propio de los seres humanos en tanto racionales en términos positivos, así como también lo hace en términos negativos por la dependencia que la libertad implica en su ejercicio más prudente y auténtico, que es el fundamentado bajo los criterios de la responsabilidad. Dicho de otro modo, si la libertad, en palabras del Rey Sabio, «es una de las mas honradas cosas, y mas caras de este mundo», si es la facultad de elegir en conciencia de qué forma y en qué sentido se quieren orientar el querer, el poder y el deber de cada cuál, no es menos cierto que en su contenido lleva intrínsecamente inscrito un mandato imperativo de carácter natural de hacer uso de ella con especial cuidado. De lo contrario, se entra en la esfera de los abusos, que terminan por minar la libertad ajena hasta destruirla. Y no solo la ajena, sino también la propia, pues quien abusa de la libertad acaba siendo esclavo de sus propios excesos, así como hace injustamente esclavo de ellos a quienes le rodean, minando erga omnes y por consiguiente su tan legítimo derecho.

La comprensión de lo esencial sobre la libertad, por tanto, parte de una concepción que nace de la autonomía de pensamiento, ya que, en sí misma, la identidad humana de ser libre es un acto que nace del intelecto. También Alfonso X se manifestó en este sentido en las Partidas cuando le distinguió tres manifestaciones: «la una es pensamiento, en que asma (considera, reflexiona) los hechos que ha de hacer. La otra es palabra, con que los muestra. La tercera, obra, con que aduce a acabamiento lo que piensa (...) Pensamiento es cuidado, en que asman los hombres las cosas pasadas, y las de luego, y las que han de ser. Y dícenle así, porque con él pesa el hombre todas las cosas de que le viene cuidado a su corazón». Por lo tanto, en el proceso que hace el pensamiento tiene que darse espacio al discernimiento, esencial para acotar no solo los límites de la libertad, sino también qué actos comprometen a esa libertad, tanto a la propia como a la ajena.

 

En la situación en la que nos encontramos como sociedad, a este ejercicio de la libertad me parece que debe incluírsele un apellido que le es altamente necesario y relevante: civismo. Civismo entendido como el prudente y responsable ejercicio de ser libres extendido y desarrollado de la perspectiva individual al ámbito social y comunitario. Civismo entendido como ejercicio de generosidad para con el prójimo, materializado en el respeto a la salud y a todo lo que conlleva que ésta abandone a un alto número de personas.

Si por algo reflexiono sobre todo esto es por lo mucho que me preocupa que la nueva situación de mayor apertura no sirva como ejemplo de ejercicio cívico, responsable y ejemplar de esa autonomía privada que a cada uno nos asiste. Ahora, que parece que vemos algo la luz al final del túnel, que estamos en el momento idóneo para resucitar algunos de los elementos más importantes para el sostenimiento de nuestro país, un error tan grave como abusar de la libertad de que gozamos y jugarnos a una sola carta la salud y el bienestar de todos y de cada uno sería imperdonable.

La libertad, el ser libre, va mucho más allá de los eslóganes. Su importancia es tan relevante para el desarrollo personal y social que, sin ver antes en ella un deber que un derecho y sin conceptuarla como un acto sometido a un celo especial en su ejercicio, se convierte en una mera capacidad automática desprovista del raciocinio propio del ser humano. Por lo tanto, más que nunca estamos llamados a actuar con responsabilidad, a esforzarnos y no cejar para evitar que la situación sanitaria se invierta a términos y cifras que son para olvidar, pero también para no olvidarlas y aprender de ellas.

Mi resumen: el hombre no debe decir «soy libre»; debe decir «soy responsable».