Editorial

La pauperización de espacios de concordia para levantar barricadas

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España presenta una sintomatología social grave. Hace años, demasiados, que el añorado espíritu de la concordia, que se tradujo en un respeto al diferente que nos hizo progresar a pasos agigantados y cauterizar por la vía del acuerdo los daños de una larga privación de derechos, ha quedado hecho trizas bajo un aluvión de invectivas, insultos y señalamientos que producen auténtica repugnancia, además de una profunda preocupación.

Ahora el escenario ha sido la Universidad Complutense de Madrid, de nuevo, y la causa el nombramiento de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, como alumna ilustre. La visita de la mandataria a la que fue su Universidad se vio determinada por un rechazo perfectamente organizado y absolutamente impregnado de ideología, además de unas formas rayanas en el odio. Mal asunto cuando se lleva tal barro a un centro de conocimiento. El acto acabó mal, con dos grupos de estudiantes, o supuestos estudiantes, lanzándose consignas antagónicas en ataque y en defensa de Ayuso. Levantando muros y barricadas, en definitiva. 

Las universidades han sido históricamente foros de debate y contraposición de ideas. También focos revolucionarios por causas elevadas que perseguían la conquista de derechos sociales, cuando no directamente de las más básicas libertades. Confundir esa vocación de progreso con un lodazal en el que acapara más foco, quien más alto grita o con más saña descalifica a quien no comulga con sus ideas es una pauperización de manual del ámbito universitario. Que todo sucediera frente a un auditorio de alumnos de comunicación audiovisual es la confirmación de que los extremos ganan la partida y arrastran ya no solo a sus simpatizantes desde la más tierna adolescencia, sino que persiguen fabricar profesionales intelectualmente sometidos para servir a una causa que nada tiene que ver con la necesaria aspiración de objetividad o, al menos, de no injerencia. 

Utilizar un altavoz para denostar al diferente es una forma de abuso. Da igual quién lo ejerza o contra quién lo ejerza. El escrache, esa moda tan abyecta que pretendieron legitimar algunos padres de la 'nueva política', es una práctica involucionista que únicamente proyecta odio. Ninguna forma de abuso o coacción puede ser entendida como un ejercicio constructivo, ni jaleada u organizada desde un partido decente o sus organizaciones satélite. Que llamar a alguien 'pepero' o 'progre' se haya convertido en una forma de insulto es la enésima muestra de que los extremistas van ganando la partida, y es importante que el resto de jugadores, empezando por los votantes, decidan a qué no quieren jugar.