Editorial

El espíritu de Ermua y la verdadera memoria democrática

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Transcurridos 25 años, el recuerdo de aquellas 48 horas transcurridas entre el secuestro y el asesinato de Miguel Ángel Blanco sigue encogiendo el corazón. Al igual que emociona evocar los días que siguieron, con la ciudadanía echándose a la calle en una movilización masiva y sin precedentes contra ETA, simbolizada en las manos blancas que llenaron calles y plazas, empezando por el País Vasco y continuando por multitud de lugares de España. 

Aquella rebelión cívica que simbolizaba la unidad contra ETA quedó en la Historia de España como el 'espíritu de Ermua', el municipio del que era concejal Miguel Ángel Blanco, asesinado con 29 años. Aunque todavía se tardaría catorce años en doblegar totalmente a la banda terrorista, la derrota empezó en Ermua. 

Un espíritu al que ayer se invocaba en el acto institucional, presidido por el Rey Felipe VI, en homenaje y recuerdo al concejal vasco asesinado de dos tiros en la nuca y a todas las víctimas que se cobró el terrorismo etarra. El propio Rey, que presidió como Príncipe el funeral hace un cuarto de siglo, evocaba la amargura personal de aquellos momentos y pedía «perseverar para que lo vivido no caiga en el olvido, para que la unidad nos convoque en torno a nuestra historia reciente, para que el espíritu de Ermua nos recuerde cada día, el valor de la paz, de la vida, de la libertad y de la democracia». 

Este fatídico aniversario coincide en el tiempo con el polémico pacto alcanzado por el PSOE con EH Bildu para salvar la Ley de Memoria Democrática, que previsiblemente se votará en el Congreso esta semana. Un pacto que para muchos equivale a depositar en manos de los herederos de ETA la posibilidad de blanquear una parte de la historia reciente de España, que tan trágicamente han marcado. 

En este contexto, resulta necesario revindicar la verdadera memoria de las víctimas y rendir culto a la verdad. Como recordaba ayer la hermana del concejal asesinado y presidenta de la fundación que lleva su nombre, Marimar Blanco, es una historia con «buenos y malos, con vencedores y vencidos». También con víctimas y con verdugos que, once años después del anuncio del «cese definitivo de su actividad armada», no han pedido perdón por el daño causado. 

Cuando se empieza a constatar que entre los más jóvenes existe ya cierta ignorancia en torno a una realidad que, por suerte, no les ha tocado vivir, se hace más necesario que las generaciones venideras conozcan en todos sus términos lo ocurrido durante el medio siglo de actividad de ETA. Las 864 vidas segadas, el miedo y la extorsión que pretendieron imponer. Esa será la verdadera memoria democrática.