Antoni Tàpies fue un artista curioso, interesado por variopintas disciplinas: una de ellas, el teatro. Así lo demuestra una exposición en Barcelona en la sede de la fundación que lleva su nombre, donde hasta el 19 de abril de 2020 se pone énfasis en sus diseños escenográficos, pero tampoco se olvida que en ocasiones hizo de actor.
Para este flamante proyecto, se ha trabajado en la recuperación de «un material que permitiera reconstruir las intervenciones y evocarlas de alguna manera» ya que las escenografías son efímeras y, por tanto, ya no existen, explica la comisaria Núria Homs. En varias vitrinas se exhibe una multitud de material inédito, que nunca hasta ahora se había visto en conjunto, como cartas, programas de mano, fotografías junto a otros representantes del ámbito artístico o los bocetos que realizó para la ópera L’Eboulement, de Jacques Dupin, que se estrenó en París en 1982, y donde se encargó de la escenografía.
Homs tampoco esconde que el pintor en los años 50 participó en una serie de sesiones privadas de cabaré, llamadas Sesiones de Caligarismo, término acuñado por su entonces amigo Joan Brossa, en casas como las de Leopoldo Pomés o Modest Cuixart, en las que junto con Pere Portabella o Joan Ponç, creaban diferentes personajes con «ligeros» cambios de vestuario.
Tàpies, el artista que también hizo puro teatro - Foto: Marta PerezPor los testimonios todavía vivos, se sabe que, según relata la comisaria, Portabella bailaba y Tàpies se transmutaba en un personaje «vociferante y espasmódico, que emitía unos aullidos espantosos».
En la muestra, enmarcada dentro del Año Brossa y que quiere ser, asimismo, un homenaje al maestro Josep Maria Mestres Quadreny en su nonagésimo cumpleaños, se resalta que otros asuntos de interés del artista barcelonés fueron la ópera, la magia, el teatro popular, el oriental y el legado del actor y transformista Leopoldo Fregoli.
Otro de los trabajos destacados es el proyecto escenográfico que realizó para la ópera Cap de mirar, con libreto de Brossa y música de Mestres Quadreny, del año 1991, pero que se pospuso, después de que el Gran Teatro del Liceu sufriera el devastador incendio de 1994 que devoró el edificio, y que se encontraba en un cajón.
Tàpies, el artista que también hizo puro teatro - Foto: Marta PerezLa exposición, que se podrá ver hasta abril del próximo año, se detiene en sus trabajos realizados a partir de 1961 como Or i sal, de Joan Brossa, dirigido por Frederic Roda; Semimaru (1966), de Yüsaki Saburö Motokiyo Zeami, coordinado por Lluís Solà; L’armari en el mar (1978), de Brossa y con dirección musical de Carles Santos; L’Éboulement (1982) y Johnny va agafar el seu fusell (1989), de Dalton Trumbo, dirigido por Josep Costa y con Pep Munné como actor.
Para el director de la Fundación Tàpies, Carles Guerra, su participación en estas creaciones es la constatación de que «trabajaba en redes de amigos, siempre con la necesidad de producir con otros y colaborando, rompiendo la imagen del artista que trabaja solo».
Por su parte, Homs apunta que también demuestra su «interés por la modernidad, puesto que su primera escenografía es de 1961 y se apunta a ello en un intento de renovación del teatro catalán, para equipararlo a la escena europea».
A su juicio, estos Tàpies, que poca gente pudo ver en su momento, «muestran de una forma más pura la radicalidad y la capacidad evocadora de su obra».
Carles Guerra tampoco quiere dejar pasar que, a pesar de los «avatares personales» entre Antoni Tàpies y Joan Brossa, la exposición permite remarcar la colaboración que existió entre ambos y que «tenían intereses comunes, que se espoleaban uno al otro».