Jorge Jaramillo

Mi media Fanega

Jorge Jaramillo


Esa fría globalización

27/02/2023

Los doce meses de guerra de Rusia en Ucrania han sido lamentablemente para el sector agroalimentario, otra dura prueba de resistencia tan heroica como la vivida en la crisis económica de 2008, o por no ir tan atrás, como la de la pandemia del coronavirus donde quedó demostrada la fortaleza de la cadena y la eficiencia de todos sus eslabones, desde la fase más primaria de producción a la distribución en comercios y supermercados.
También ha dejado al descubierto la enorme dependencia energética del exterior, curiosamente de Rusia, tanto en el aprovisionamiento de minerales para la fabricación de fertilizantes, el suministro del gas, así como de otras materias primas de primera necesidad como el trigo.
Un año después, sin visos de lograrse pronto la paz, agricultores, ganaderos, compradores y distribuidores de los grandes sectores alimentarios intentan recomponerse del golpe del subidón de los insumos y de la inflación desbocada que se resiste aún a desescalar en el lineal aunque hayan bajado muchos de esos costes.
En este tiempo resultaron fundamentales las ayudas directas canalizadas por Europa, el Estado y la comunidad autónoma para apuntalar la economía de la ganadería, un segmento tremendamente vulnerable que tuvo que escalar la compleja montaña rusa de unas cotizaciones imposibles para los piensos, o en el caso de los agricultores, los regantes, con unas facturas de electricidad paralizantes que ya venían encareciéndose desde la última reforma del sistema tarifario español que entró en vigor casi un año antes del conflicto.
Los fondos de inversión habían encontrado refugio y beneficios fáciles en las materias primas, en la alimentación, hasta que Putin apretó el botón de los misiles y desafió a una inmensa parte del planeta. Para entonces, China había dejado de comprar compulsivamente. El riesgo de recesión provocó la salida de estos inversores al saber que el asedio iba para largo. Y en medio de todo, ahí siguieron los agricultores y los ganaderos intentando no caer. Otros muchos han quedado en el camino, pero el esfuerzo y la resistencia tiene pocos precedentes.
En este año, con sus aciertos y errores, la Unión Europea ha sabido reaccionar para abrir los mercados de importación suspendiendo temporalmente aranceles para abastecer la cadena de fabricación de abonos por ejemplo, o facilitando el uso de los barbechos para aumentar la soberanía alimentaria. Los altos costes frenaron después las expectativas las siembras. Y un ejemplo visible está de nuevo en los cereales donde, a pesar de los beneficios del "Corredor Mediterráneo" por mediación de la ONU y Turquía para garantizar el abastecimiento de grano y cereales desde los minados puertos ucranianos, la oferta ha sido finalmente suficiente por la llegada de cientos de barcos también de otras latitudes.
En doce meses, y sabiendo que somos un país deficitario, las fábricas de alimentación animal y harineras han podido resolver la pérdida de Ucrania -el principal granero del planeta- que en los próximos meses segará lo poco que hayan podido sembrar sus agricultores entre bombas y misiles. Pero eso hoy ya no preocupa tanto como hace un año. Primero porque la previsión del consumo de piensos ganaderos es más baja. Segundo porque la globalización es así de fría, amplia, egoísta y resolutiva.