Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Furia

10/02/2023

Cuando se cuestionan hechos biológicos es evidente que vivimos una época peculiar. Es difícil saber si hemos llegado aquí por pereza, miedo a que algo rompa nuestras creencias más profundas o un sentimiento tan fuerte que nubla la razón. Al decaer la Fe, mucha gente pensó que el fanatismo o el dogmatismo existencial desaparecerían de la sociedad; nos cuesta reconocer que el nacionalismo impulsó las peores guerras del planeta y que las ideologías llenaron el vacío vital de la religión.

Hago esta introducción, porque existen nuevos dogmatismos que defienden argumentos contrarios a la lógica. El planeta no está incurso en un crecimiento desenfrenado poblacional que pone en peligro a la Tierra. La realidad estadística es que en Occidente vivimos una implosión demográfica y que incluso, los países pobres nada más se urbanizan son incapaces de llegar a la tasa de repoblación pasada una generación.

El imparable crecimiento de las ciudades y el descenso poblacional augura que en el campo la presencia del hombre va a ser residual. Las consecuencias sobre la naturaleza, explosión de ciertos animales sin depredadores reales, son hasta la fecha un misterio. Lo que sí es seguro es que la contaminación dejará de ser un problema; al igual que va a decaer la demanda energética en los países ricos.

Si tenemos una pirámide poblacional invertida es obvio que los ingresos fiscales (impuestos, tasas y derivados) se van a reducir. La actividad económica y el número de activos productivos determinan los recursos públicos disponibles, no las necesidades.

Es aquí donde radica el problema de fondo intelectual. En esta histérica transición tecnológica del coche de combustión al eléctrico hemos dejado que unos burócratas decidan qué debemos consumir. La Unión Soviética ya demostró que nadie es tan listo y que solo el mercado es eficiente en la asignación de recursos. Los fabricantes de automóviles han confirmado que su amor a las subvenciones es superior al que tienen a sus clientes y sus productos. Es una historia que acabará mal. Hacer coches que la gente no demanda a precios que no puede pagar y sin una transición temporal lógica augura un declive de la industria.

Ninguno de esos brillantes y bien remunerados ejecutivos estará en su puesto cuando llegue la debacle, los políticos se habrán ido antes, pero obviar al cliente es la antesala de la implosión. La historia está llena de gigantes de barro. De momento, Europa se está aplicando en hundir una industria competitiva que tenía.