Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Ganas de Semana Santa

13/04/2022

El título de esta columna es una obviedad. Es algo que se palpa en el ambiente, que lo fomentamos también desde los medios de comunicación. La Semana Santa es este año como una suerte de celebración del inicio del fin de la pandemia que ha suspendido nuestras procesiones durante dos años. España sin sus procesiones semanasanteras es como un día sin pan o un lirio sin flor. La procesión es al final el reencuentro con nuestro bullicio, siempre tan revestido de católico. Los cristos y las vírgenes nos esperaban en sus capillas, los trajes de nazareno han guardado espera en naftalina. Retomamos la procesión dos años  mayores y tocados del ala por tanta prohibición que nos ha instalado en un descoloque del que tardaremos en salir.
La prohibición ha quedado incrustada en nuestra agenda,  decreto a decreto se va fraguando un mundo distinto y distante al que conocimos, ya en sus últimos coletazos, antes de que llegara el Covid19 con aquel estado de alarma, las muertes por miles y el acojonamiento generalizado. Al volver nos estamos encontrando con un mundo metido de lleno en la digitalización global, la profilaxis a todas horas y la higiene obsesiva, y de momento seguimos con la mascarilla puesta, por pocos días los más atrevidos, y así, sin enseñar los labios, hemos visto desfilar en el Viernes de Dolores a las  mantillas de encaje y negro.
En orden y sin sobresaltos, y nos queda lo mollar, del jueves y el viernes santo, y nos queda la Resurrección a la que esta vez nos vamos a agarrar como a un clavo ardiendo. Realmente este año tenemos ganas de Semana Santa porque tenemos ganas de vida, de vidilla y primavera, y hasta nos parece  un atentado contra nuestra dignidad el estreno primaveral frío e inhóspito que estamos teniendo. Pero nuestros cristos y nuestras vírgenes saldrán a la calle con  más fuerza si cabe, porque serán, aún en su dolor y su tremendismo barroco, como la vida que se impone porque nos da la gana, porque nos lo hemos ganado, porque son el mejor síntoma de que nuestra patria bullanguera recupera su latido, su esencia festiva y callejera. Hay ganas de Semana Santa como hay ganas de retomar el contacto de todas las vibraciones en las que nos reconocemos como pueblo jovial que vive en la calle porque apenas sabe estar encerrado en casa.
En el fondo, y al paso de la procesión, eso es lo que se va a reivindicar en estos días de guerras crueles e inflación galopante, vaya Cristo que tenemos montado, y vaya mundo en zozobra al que no le vendría mal una nueva visita de aquel al que condenaron a muerte entre unos y otros, entre todos, entre Herodes y Pilatos, y también por un pueblo atolondrado, crédulo y exaltado que dijo preferir a Barrabás, el ladrón. Si la historia se repite en sus principales variables es porque no hemos cambiado, o al menos no lo suficiente. Se repite del mismo modo que cada año vuelven las imágenes a procesionar con filas de nazarenos interminables. Las calles se llenan así, un poco a nuestra manera, de primavera.
Este año con el deseo de que nunca más en nuestra vida esas procesiones puedan interrumpirse, como ocurrió hace dos años, cuando los portones de los templos quedaron sellados con su interior oscuro y en silencio mientras una inmensa procesión intima recorría los hogares de un  país de nazarenos asustados, penitentes auténticos en busca de una explicación a un desconcierto al que nadie era capaz de poner orden. Fue cuando los bares, como los templos, echaron el cierre quedando convertidos en espacios fantasmagóricos. Una España de iglesias y bares precintados quedó a merced de todos los males.
Las ganas de Semana Santa de este año son el deseo de  caminar, tímido aún, en busca de nuestras costumbres y rutinas sociales, sin saber muy bien que nos encontraremos en este retorno, y lo que es más importante, sin saber si nosotros volveremos a mirar la procesión como siempre lo hicimos o nuestro enfoque habrá cambiado irremediablemente, para bien o para mal.  Vuelven a abrirse los portones de los templos, vuelve el estruendo de tambores y cornetas, el olor a cirio y las saetas en los balcones. Incluso volveremos a imaginar a aquel Don Guido machadiano,  trueno vestido de nazareno, quizá algo más envejecido. Lo volveremos a ver queriendo que todo sea otra vez como lo dejamos interrumpido en la última Semana Santa callejera. Luego vendrá el domingo de Resurrección, que este año será el último antes de quitarnos la mascarilla. Puro simbolismo.  Y eso también hay que contarlo.