No es menester ser un gran experto en la lengua de Cicerón para conocer, o al menos intuir, el significado de la palabra que hoy da título a esta ya, poco a poco, veterana columna, aunque no les voy a hablar de filología latina, sino de arte, pues es el título que se ha dado a la exposición que actualmente se está celebrando de 'Las Edades del Hombre', que en su vigésima sexta edición ha escogido como marco el espléndido de la catedral de Plasencia, saliendo así, como ya hizo en alguna otra ocasión, del ámbito castellano-leonés.
Plasencia ha sido tierra de paso, de tránsito, de trashumancia; su diócesis, erigida en 1189, tras la fundación de la ciudad por Alfonso VIII, rey de Castilla y de Toledo, como se enuncia en el documento emitido por el monarca, quien la construyó «ut placeat Deo et hominibus», ha tenido un papel central en la historia de Extremadura, y la vida de fe que ha desarrollado ha sido un tránsito, un paso, de las realidades terrenas a las celestiales; Extremadura, lugar de paso, de tránsito de hombres y ganados, se convirtió, a raíz de los descubrimientos, en puente, tránsito, paso hacia América. Toda esta rica realidad se recoge en la magnífica exposición, que recorre la historia de la ciudad, la diócesis y la comunidad autónoma, mostrando su rico y antiguo patrimonio, a partir de las épocas romana y visigoda hasta su proyección americana, con la recepción de suntuosas piezas de arte virreinal que han decorado iglesias y palacios. Estructurada a lo largo de siete capítulos, desde el primero, Transitus terrae, al último, Transmissio Evangelii, nos ofrece al deleite estético una variada muestra de pinturas, esculturas, documentos, orfebrería, libros, todo ello en el marco grandioso de la catedral placentina, con su doble arquitectura, la vieja catedral románica y la inacabada catedral renacentista, que en un curiosísimo ensamble, muestran un unicum del patrimonio español. La restauración, extraordinaria, de la capilla mayor, ha permitido realzar el grandioso retablo barroco de Gregorio Fernández, dedicado a la Asunción de la Virgen María; traspasada la reja plateresca de Juan Bautista Celma, el coro, pequeño, pero majestuoso, obra maestra de Rodrigo Alemán, revela la fantasía desbordada de su autor en el variado repertorio de misericordias, relieves, taraceas, en los que vemos desde los oficios más dispares a la representación de pecados y vicios.
Una exposición que merece la pena disfrutar, con obras extraordinarias como La coronación de la Virgen de El Greco, o la deliciosa Imposición de la casulla a San Ildefonso, de Zurbarán, o el curioso documento que recoge el viaje de fray Diego de Ocaña a las Indias. Los vídeos didácticos, geniales y originales.
Transitus es una muestra de cómo el patrimonio artístico, bien conservado y gestionado, lejos de ser una rémora, es fuente de desarrollo económico y social. Ojalá, ante el cercano centenario de la Catedral Primada, Toledo prepare algo semejante